lunes, 19 de octubre de 2009

El rey de Sikandergul


Leyendo hoy la noticia en la prensa sobre el balance de muertos en el primer día de la operación contra los talibanes vinculados con Al-Qaeda en Pakistán, no he podido evitar acordarme de Kipling –al ver que la ofensiva había sido en Waziristan– y de la novela ‘El hombre que pudo reinar’ (The man who would be king), llevada magistralmente al cine por John Huston en 1975. La increíble historia que protagonizan Daniel Dravot (Sean Connery) y Peachy Carnehan (Michael Caine) en el lejano e ignoto reino de Kafiristan, y que he visto no sé las veces.

El relato cuenta las peripecias de dos ex suboficiales británicos y miembros de la Logia masónica que sirven en el Raj Británico –la administración colonial inglesa de la India que incluía también Pakistán–, y que, cuando oyen hablar de Kafiristan, un legendario reino más allá de las altas montañas del Hindu Kush, deciden ir allí para conquistarlo. Daniel y Peachy simbolizan aquel espíritu aventurero y conquistador de los ingleses del siglo XIX, hasta el punto de querer autoproclamarse reyes con la ayuda del fiel fusilero Gurkha Billy Fish. Dravot lo consigue gracias a que los supersticiosos nativos de la ciudad santa de Sikandergul lo confunden con el gran Sikander (Alejandro Magno), que pasó siglos antes por aquellas tierras, y cuenta la leyenda que prometió regresar.

El orgulloso y petulante Dravot lo consigue y hasta es coronado en solemne ceremonia idolatrado ya como un dios por los kafiris. Pero la ambición le pierde, y a pesar de los consejos de Carnehan, finalmente se descubre el engaño y sólo queda éste último para contarlo.

Y es que Kafiristan, o “país de los paganos”, estaba en lo que actualmente son las fronteras septentrionales de Pakistán y Afganistán, es decir, más concretamente en los valles habitados por la etnia Kalasha, en lo que hoy se conoce como provincia de Nūristān, que primitivamente eran politeístas y rendían culto o profesaban creencias propias del chamanismo, y un poco más al norte de donde se encuentra el citado territorio de Waziristan protagonista de la ofensiva.

Su nombre viene de la palabra árabe Kafir, literalmente “el que niega las bendiciones de Dios”. Para el Islam viene a ser lo mismo que infiel para los cristianos: “aquel que posee dudas o rechaza principios centrales de la religión o no posee creencias religiosas”. Y los talibanes llevan esto muy a rajatabla; sobre todo después de que Afganistán haya sido tan históricamente pisoteado por rusos y americanos.

Ahora la cruzada la llevan a cabo las fuerzas de ocupación cristiana, los nuevos Dravot y Carnehan que pretenden proclamarse los amos en nombre de Occidente. Lo que Inglaterra representaba en aquel entonces para Daniel y Peachey, sólo que ahora, además del Imperio, priman los gaseoductos, el petróleo… y acabar con Bin Laden.

Volviendo a la magnífica película de Huston, hay que decir que fue rodada en Marruecos, con miles de extras voluntarios del país alauita, para hacernos creer con la magia del cine que estábamos contemplando a los auténticos kafiris. Mientras que las gélidas escenas de montaña con nieve y ventiscas fueron filmadas en el valle de Chamonix, en los alpes franceses.

Dos lugares que han pisado mis botas en repetidas ocasiones, y en los que no he querido ser rey de nada, pero donde me he sentido como si lo fuera.

Más información

Artículo de El Mundo de 18 de octubre de 2009

Enlace de interés

En la fotografía, el refugio Neltner (3.207 m) o Toubkal.

sábado, 17 de octubre de 2009

El mundo mágico de la fotografía infrarroja


Tan quiméricas como los colores en nuestros sueños, las surreales y oníricas imágenes captadas por la fotografía infrarroja demuestran que existe una realidad mágica.

La percepción del color es un hecho puramente psíquico y subjetivo; los colores, tal como los vemos, no existen fuera objetivamente, sino que se originan a través de la retina, en nuestra pantalla psíquica interior. El rango del espectro lumínico –entre 700 y 1.200 nanómetros– que capta la fotografía infrarroja es invisible al ojo humano, y sus aplicaciones van desde el arte a la ciencia, como se verá.

La fotografía infrarroja, pues, necesita una cámara reflex y una película sensible a la longitud de onda que emiten los objetos a fotografiar. Todos los objetos calientes emiten, en mayor o menor medida, una radiación infrarroja.

Los comienzos de la fotografía infrarroja se remontan a una implementación en el sistema militar para detectar camuflajes a través de las conocidas fotografías aéreas. Aunque su uso más extendido es en el ámbito de la astronomía y mediante los telescopios IRTS capaces de fotografiar algo de ese 90% de la materia invisible del Universo. También en la medicina tiene aplicación para detectar y diagnosticar algunos tipos de cáncer. Pero hoy en día se emplea mucho en el terreno de la fotografía artística.

Debido a las características de las tonalidades pictóricas que se obtienen con las fotografías infrarrojas, muchos artistas como Seth Mayer, Lindsay Garret, Donald Aaby o el prestigioso Simon Marsden, con sus instantáneas de corte gótico, han conseguido crear mundos espectrales o surrealistas.

De entre las películas infrarrojas más populares, cabe destacar la Kodak infrared, y la Ilford sfx 200. Unas dan como resultado un color ficticio, y otras unos extraños tonos en blanco y negro.

Con el ‘boom’ de la fotografía digital, la técnica clásica de la fotografía infrarroja ha ido perdiendo adeptos. Hoy en día, experimentar con el infrarrojo en cámaras fotográficas digitales es posible en algunos casos inhabilitando a éstas el filtro “hot mirror” que las protege de esa radiación. Con esta simple operación se puede conseguir que algunas máquinas digitales del mercado, acoplándolas un filtro infrarrojo, consigan fotografías infrarrojas.

Los filtros infrarrojos tienen como misión suprimir la radiación ultravioleta y la totalidad o gran parte del espectro visible, dejando pasar a través del objetivo de la cámara solamente el espectro infrarrojo. Sin el filtro de infrarrojo, la película absorbería todo el espectro y dejaría el negativo inservible.

En el mercado se pueden encontrar diversos tipos de filtro infrarrojo, para según los casos o criterios personales como los que comercializa Hoya (r72) o Cokin (p007), por ejemplo. Se diferencian en la cantidad de espectro infrarrojo que dejan pasar. A mayor cantidad de espectro infrarrojo, el efecto en la película será también más acusado.

Otra vía es experimentar con programas de retoque fotográfico, como el célebre Photoshop u otros. Aunque esta alternativa es ampliamente denostada por los auténticos puristas aficionados a esta técnica fotográfica. No obstante, no pongamos puertas al campo ni límites a la imaginación…

Como muestra un botón; o mejor, una web muy recomendable e ilustrativa: Tutorial 9



Fotografía ‘Valium skies’ © Naomi Frost