sábado, 30 de enero de 2010

Entre el centeno y J. D. Salinger

El pasado 27 de enero fallecía Jerome David Salinger, conocido autor de la novela ‘El guardián entre el centeno’.

Algunas experiencias vividas en la infancia nos marcan, moldean el carácter y perduran en la memoria con más claridad incluso que las vivencias experimentadas durante nuestra adolescencia. Recuerdo de forma diáfana e im-borrable algo que, siendo niño, por alguna inexplicable razón, se grabó para siempre en mi retina una soleada mañana de domingo en el campo.

Estando en una parcela de terreno aledaño a alguna carretera comarcal entre Madrid y Burgos, jugaba con un balón de fútbol –del que me parece ahora también estar percibiendo su peculiar olor a cuero nuevo–, cuando éste, tras una patada, fue a caer en una zona de paja alta, entre unas espigas silvestres. Cuando me acerqué allí a recoger la pelota, una de esas espigas de cereal quedó a escasos centímetros de mis ojos, y pude entonces observar con detalle cómo destacaba por su aspecto oscuro sobre el trigo dorado por el sol de aquel mediodía deslumbrante, una protu-berancia extraña con la forma de un pequeño cuerno que, a mi modo de ver de niño curioso, no se correspondía con el resto de la planta.

Con los años y la lectura, he sabido que aquello que vi tan de cerca en aquella ocasión adherido al grano de una espiga –la única vez en mi vida, por cierto– se trataba del cornezuelo del centeno, un hongo parásito que afecta a estos cereales.

En la Europa Central del medievo, el cornezuelo del centeno fue el causante de una enfermedad que vino en deno- minarse “Fuego de San Antonio”, por San Antón Abad, prior de la abadía de un pueblo francés llamado Dauphiné, al que acudían las gentes aquejadas de esta dolencia causada por el consumo de granos infectados por el hongo, y con los que elaboraban el pan de centeno. Lo que hoy se conoce como ergotismo y que entonces provocaba desde vómitos a gangrena, pasando por cefaleas y alucinaciones según fuera la gravedad que presentara la enfermedad.

Ahí no queda todo. Casi por casualidad, en 1943, el químico suizo Albert Hofmann consigue sintetizar a partir de ese hongo la amida del ácido lisérgico o LSD; probando previamente él mismo –de forma fortuita e involuntaria– sus efectos. Según relató, se sintió “en un estado parecido al del sueño; con los ojos cerrados encontraba la luz del día desagradablemente deslumbrante; con una imaginación extremadamente estimulada, percibía un flujo ininte-rrumpido de dibujos fantásticos, formas extraordinarias con intensos despliegues caleidoscópicos”.

Pero el título de la obra de Salinger en realidad hace referencia –a través del protagonista, Holden Caulfield– a la letra de un poema que versa acerca de un “guardián entre el centeno” que impide que “los niños caigan en el precipicio”. Nada que ver con el hongo referido, aunque el cornezuelo del ergotismo haya sido metafóricamente también para mí el “guardián” de una puerta que, como lo hace la Literatura –en este caso la de Salinger–, nos da acceso a esos otros mundos sutiles que percibimos reales, pero son ilusorios o al menos pertenecen a una realidad que nos es ajena.

La razón principal por la que esta novela fue criticada cuando se publicó en 1951, además de por su lenguaje calificado de ofensivo para narrar la sexualidad y la problemática de los adolescentes de su tiempo, fue por tratar temas como la prostitución, el alcohol o las drogas.

Treinta años después de publicarse, la primera novela de Salinger era el libro más prohibido, pero también uno de los de lectura obligatoria en los institutos de Estados Unidos. En la actualidad, es uno de los diez libros más leídos, y tristemente recordado por ser el libro que llevaba consigo cuando lo detuvo la policía Mark David Chapman, el asesino de John Lennon.


A ‘El guardián entre el centeno’ la siguieron ‘Nueve cuentos’ (1963), ‘Franny y Zooey’ (1961), ‘Levantad, carpinteros, la viga maestra’ (1963) y ‘Seymour: una introducción’ (1963). En 1965 se retiró al campo, en New Hampshire y no volvió a escribir hasta que en 1997 publicó ‘Hapsworth 16, 1924’.

sábado, 16 de enero de 2010

El Haití de Wade Davis


Haití, el país de los practicantes de la magia del vudú –cuyas verdaderas raíces están en la lejana África, fruto del sincretismo entre las creencias en los zombies provenientes de aquellos esclavos que fueron trasladados desde Guinea a las Antillas y otras tribus y ritos africanos, y las prédicas de los misioneros–, ha padecido los efectos, hasta hoy día impredecibles con exactitud, de un terremoto que ha provocado hasta ahora la muerte de más de 50.000 personas.

El Haití de la pobreza anterior a estos trágicos días, con un 70% de la población sumido en la miseria, no distaba mucho del que visitó en 1982 el explorador, antropólogo, etnobotánico y biólogo canadiense, Wade Davis, que en la crónica del viaje y en la elaboración de su informe científico narra como un hombre llamado Beauvoir le pone en contacto con el ‘bokó’ o hechicero del lugar, el maestro en el arte de utilizar venenos y sustancias tóxicas en sus prácticas rituales; o el brebaje que el brujo suministra a su víctima, el llamado “poudre” o polvo zombi, que contiene una sustancia denominada Tetradotoxina, capaz de provocar el estado cataléptico. Una sustancia extraída de un pez llamado “tetraodon”, Diodon hyxtrix.

El bokó Marcel le muestra toda una suerte de venenos provenientes de lagartos, gusanos anélidos de la familia de los Polychaeta, pez globo (Sphoeroides testudineus) e, incluso de un gran sapo, el Bufo marinus, el cual segrega, a través de unas glándulas que posee en la parte posterior de la cabeza, una sustancia química muy activa. Marcel, como ‘houngan’ a su vez, también le hace partícipe de la composición de un antídoto obtenido poniendo en un mortero áloe (Aloe vera), guayaca (Guaiacum oficinale), cedro (Cedrela odorata), bois ca-ca (Capparis cynophyllophora), bois chandelle (Amyris marítima) y cadavre gâté (Capparis sp.). Vegetales a los que se adicionaban huesos humanos pulverizados, virutas de una tibia de mulo y de un cráneo de perro mezclados con alcohol de caña y una solución comprada al farmacéutico local conocida como “magie noire” (magia negra). Todo esto daba como resultado un líquido verdoso con fuerte olor a amoniaco que debía usarse tópicamente.

Si el ‘bokó’ abraza el bien para corromperlo, la otra entidad en el vudú haitiano es la otra cara de la misma moneda, el ‘houngan’, quien debe de conocer el mal para combatirlo; éste último es a la vez psicólogo, médico, adivino, músico y un sanador espiritual. Como líder religioso y moral, debe equilibrar hábilmente las fuerzas del universo, aunque en la dicotomía de manifestar ser también, a la vez, ‘bokó’.

(Datos extraídos de ‘El Sendero del Chamán’).

Haití precisa salir de este estado de fatal catalepsia, muerte aparente y muerte cierta, y renacer de sus cenizas. El antídoto más eficaz ahora es la ayuda humanitaria internacional, un probable protectorado americano y la reconstrucción de Puerto Príncipe. El resto lo hará el tiempo y un pueblo de creencias muy arraigadas que abolió su propia condición de esclavos, sentando con ello el primer precedente en el Mundo del fin de la esclavitud.

Obras de Wade Davis sobre Haití:
'The Serpent and the Rainbow' (1985)
'Passage of Darkness: The Ethnobiology of the Haitian Zombie' (1988)

Fotografía Wade Davis fuente Flickr © M. Restrepo Uribe