domingo, 11 de septiembre de 2011

Antero de Quental y el 11-S


Casi totalmente eclipsado por el 10º Aniversario de los aten-tados suicidas del World Trade Center y el Pentágono, acaecidos aquel funesto 11 de septiembre de 2001, y también en parte por las noticias de las difíciles circunstancias por las que actualmente atraviesa Portugal, pues el pasado mes de mayo recibió un multimillonario rescate financiero a cambio de un riguroso plan de ajuste, hace ahora justamente 120 años Antero de Quental se embarcaba rumbo a su ciudad de origen, Ponta Delgada (Isla San Miguel), en lo que sería un doliente viaje sin retorno. Poco después, también un fatídico 11 de septiembre, se dispararía en la boca dos balas de revólver frente a un convento de esa misma ciudad de las Azores, en cuya fachada, paradójicamente, podía leerse en un letrero la palabra “Esperanza”.

Estaba claro que para Antero de Quental, desesperado y sin visos de ser rescatado emocionalmente, pues se encontraba sumido en una profunda depresión, esa palabra significaba algo que ya había perdido todo su valor taxativo o sentido esencial para él posible, por más que consuetudinario y vital sea el dicho y la determinación de mantenerla siempre hasta el final, siendo precisamente ésta lo último que se pierda en la vida. Y, no obstante, así fue fatalmente para el letraherido Antero strictu sensu, en tanto en cuanto esa fue su amarga visión postrera inmediatamente antes de fenecer.

Antero de Quental había sido un brillante poeta que pasaría de un romanticismo influido por Lamartine a la poesía socialmente comprometida, influenciado por el pensamiento político y filosófico del francés Proudhon –a quien conocería personalmente en París en 1866, donde se trasladó después de trabajar una temporada en una imprenta de Lisboa– y también el del alemán Hegel, además de ser lector de las obras de Marx y Engels, siendo muy valorado por la renovación que representó para la literatura en su país.

Involucrado políticamente, su compromiso social le llevó a organizar en 1872 la sección portuguesa de la Asociación Internacional de Trabajadores, e incluso a presentarse a las elecciones como candidato socialista.

Al fallecer su padre en 1873, la herencia legada por su progenitor le permitió vivir con cierto desahogo durante los años siguientes. Sin embargo, poco más tarde caería enfermo sin que sus consultas a los más destacados especialistas de Portugal y Francia dieran el resultado deseado. Entre esos galenos estaba el afamado doctor Jean-Martin Charcot, un hombre de la alta sociedad parisina que en aquel tiempo alternaba con otros reputados colegas, literatos, artistas y políticos en las frecuentes reuniones que tenían lugar en un hotel del bulevar Saint-Germain de París.

En 1881, Antero se retira de la vida pública a Vila do Conde –localidad donde reside en la actualidad el escritor portugués Valter Hugo Mãe–, al norte de Portugal. Desde donde partiría abrumado por la tristeza, o quizá dolorosa saudade de sí mismo, en el que fue su último viaje hacia las Azores. Ahora su vieja casa en Vila do Conde, tras ser reconstruida y acondicionada en 2009 –el mismo año que ganara las elecciones legislativas el socialista José Sócrates–, al igual que la de Ponta Delgada es visitada como Casa Museo en homenaje a su imperecedero recuerdo.

La mañana del 11 de septiembre de 1891 salió de su domicilio y, caminando por la empinada calle, descendió hasta la Igreja Matriz o de São Sebastião, entrando en una pequeña armería de la esquina donde, impelido por la amargura y el desdeño por su propia vida, adquirió un revólver. Después cruzó la franja costera y entró en la Plaza de la Esperanza, flanqueada por aún tupidos plátanos, y la atravesó para ir a sentarse en un banco junto al muro del convento homónimo, en el que podía verse pintado un ancla de color azul sobre la blanca pared de cal. Y en él la perdida esperanza.


Antero de Quental, ‘A um Poeta’

Marisa Monte & Cesárea Évora, ‘É Doce Morrer no Mar’


Fotografía ‘Jardim Antero de Quental’ fuente Mashpedia