viernes, 31 de agosto de 2012

William Faulkner, historias de Yoknapatawpha



Hace algunas semanas se cumplía el 50 aniversario de la muerte del escritor norteamericano William Faulkner (1897-1962). Faulkner fue decisivo para la generación de creadores latinoamericanos que constituirían el realismo mágico, entre los que se encuentran Gabriel García Márquez y Juan Rulfo.

Nacido en el seno de una aristocrática familia venida a menos, Faulkner está considerado el gran cronista de las vicisitudes y acontecimientos sociales de los estados del Sur después de la guerra de Secesión, siendo desde su Nobel considerado uno de los maestros indiscutibles de la narrativa estadounidense. Se alistó en las fuerzas aéreas canadienses; estudió un año en la universidad de Mississippi y desempeñó trabajos diversos. Más tarde se trasladaría a Nueva Orleans, donde conocería a T. S. Eliot y James Joyce, entrando también en contacto con el escritor Sherwood Anderson, cuyo realismo psicológico y sociológico le influyó notablemente.

Con Anderson en las tardes acostumbraba a pasear por la ciudad y charlar amigablemente con las gentes que encontraban a su paso. Durante las noches ambos volvían a reunirse y bebían juntos mientras Anderson hablaba y Faulkner escuchaba atentamente. Nunca se veían antes del mediodía, Anderson permanecía encerrado en su alojamiento, escribiendo. Faulkner había decidido que si esa era la vida de un escritor, él haría otro tanto, y así comenzaría a escribir su primer libro. Había descubierto que la ocupación de escritor era muy sugestiva, hasta el punto de olvidarse de ver a Anderson durante varias semanas. Al cabo de los días, Anderson iría a visitarle pensando que estaría enfadado con él por algún motivo. Llamó a la puerta de la casa de Faulkner y éste le contestó que lo que ocurría es que estaba ocupado escribiendo un libro. Anderson exclamó: ¡Dios mío!, y se fue de allí rápidamente. Cuando Faulkner terminó su primer manuscrito, ‘La paga de los soldados’, se encontró en la calle con la señora Anderson, quien le preguntó por su libro. A lo que Faulkner respondió que ya lo había terminado. Entonces la señora Anderson le dijo que su marido estaba dispuesto a hacer un trato con él: si no le pedía que leyera el original, Anderson le recomendaría a su editor para que editara el libro. Naturalmente, Faulkner contestó: “trato hecho”. Y así fue como se haría escritor.

Después de ‘El fauno de mármol’ (1925) abandonó la poesía y escribió un gran número de excelentes relatos, en los que profundizó sobre su propia situación y retrató la vida dramática y violenta de los estados sureños. En la obra de Faulkner se encuentran muchos de los elementos de la tradición estadounidense, como el simbolismo y el naturalismo típicos de Herman Melville y Nathaniel Hawthorne, y el humor y esa atmósfera gótica de E. A. Poe. Empleó innovaciones narrativas como el múltiple punto de vista, el monólogo interior y la fusión de tiempo pasado y presente. Su estilo es críptico, caracterizado por frases de gran extensión, en las que los detalles importantes están entremezclados con una gran cantidad de información, lo que exige un gran esfuerzo por parte del lector. El tono de sus novelas es sombrío, pero su prosa está cargada de un extraordinario y poético lirismo. Sus temas principales son el conflicto entre el bien y el mal y el fracaso de intentar retener el esplendor de tiempos pasados. Casi todos sus personajes tienen dificultades para aceptarse a sí mismos y construir su propio futuro. Situando la mayor parte de sus novelas en un lugar imaginario llamado Yoknapatawpha. Entre sus obras destacan Sartoris (1929), El ruido y la furia (1929), Mientras agonizo (1930), Santuario (1930), y otras muchas. Faulkner fue galardonado con dos Premios Pulitzer y el Premio Nobel de Literatura en 1950.



Fotografía de William Faulkner en 1962 © Carl Mydans/Time Life Pictures/Getty Images