viernes, 15 de agosto de 2014

‘Una cita para el verano’


Llega a los cines españoles la película ‘Una cita para el verano’, el único filme que dirigiera el fallecido actor Philip Seymour Hoffman y que se estrenó en Estados Unidos hace tres años.

El primer medio de comunicación que informó de la muerte de Philip Seymour Hoffman fue The Wall Street Journal. El domingo día 2 de febrero de este año el actor premiado con un Oscar por ‘Capote’, de 46 años, había sido hallado muerto en su apartamento de Manhattan con una jeringuilla colgando de su brazo. Los informes  toxicológicos mostraron que Seymour Hoffman había muerto por una intoxicación de varias sustancias, que incluían la heroína, cocaína, anfetaminas y benzodiazepinas, tal como así lo confirmó en su momento la portavocía de la oficina forense de Nueva York.

En la película de 2007 ‘Antes que el diablo sepa que has muerto’ (Before the devil knows you're dead), dirigida por Sidney Lumet, Philip Seymour Hoffman interpretó el papel de un ejecutivo adicto a la heroína, un papel para el cual realmente tenía sobrada experiencia. Su título proviene del dicho irlandés “Puedes estar en el cielo una media hora completa antes de que el diablo sepa que estás muerto”.

Pero como ocurrió con James Gandolfini y su póstumo legado, llega ahora a las salas de cine uno de los estrenos del malogrado actor norteamericano. Y es que Seymour Hoffman no solo nos ha dejado una gran filmografía de culto y la sensación de que nunca veremos mucho de lo mejor que nos podría haber dado en el futuro, sino también algunas interpretaciones más en películas pendientes de estrenar en España, como son la ópera prima de John Slattery y lo último de Anton Corbijn, además de un documental sobre el célebre escritor J. D. Salinger y una serie, ‘Happywish’, que tendrá que encontrar otro protagonista.

‘Una cita para el verano’, la primera y última película dirigida por Philip Seymour Hoffman, se estrenó originalmente en EE UU en el año 2010. El porqué de tal retraso en la distribución en nuestro país pasa ahora a un segundo plano si pensamos en su reciente y desgraciada muerte, lo cual nos causa una serie de sentimientos encontrados; una mezcla de tristeza, frustración y añoranza que de alguna manera aumenta las expectativas y pondrá más en valor el filme.

Se trata de una adaptación a la gran pantalla de la obra teatral ‘Jack Goes Boating’, de Robert Glaudini. Una modesta pero espléndida película, sencilla y cercana, tierna y reflexiva que nos conmueve por su naturalidad interpretativa. El largometraje ha sido comparado en repetidas ocasiones con ‘Marty’ (Delbert Mann, 1955), aunque su tono narrativo nos podría recordar también al de las películas de Tom McCarthy. De hecho, el autor de ‘Vías cruzadas’ y ‘The Visitor’ tiene un papel en la película en una suerte de obligado tributo. Seymour Hoffman, genial como siempre, representa a Jack, un conductor de limusina aficionado al reggae; un hombre honrado y bondadoso pero introvertido y poco agraciado.

Una pareja de amigos de Jack, Clyde y Lucy (John Ortiz y Daphne Rubin-Vega) le preparan una cita con una compañera de trabajo de esta última, pero Connie (Amy Ryan) también tiene su propia idiosincrasia y es psicológicamente complicada.

Otro de los puntos fuertes de la cinta es su banda sonora, elegida cuidadosamente cuenta con temas de Grizzly Bear; también hay que destacar el impactante dramatismo en las secuencias en que suenan ‘Rivers Of Babylon’ (The Melodians), ‘Where Is My Love?’ (Cat Power) y ‘White Winter Hymnal’ (Fleet Foxes).

El largometraje fue rodado con un pequeño presupuesto y contó con la colaboración de los compañeros habituales del actor en los escenarios de Broadway. De esta manera, Seymour Hoffman comenzaba a mostrar también un gran talento como director de cine. Una triste pérdida para todos los amantes del séptimo arte.


Enlace de interés

Página web oficial de Jack goes boating.

Fotografía del filme © W. Mott Hupfel III

viernes, 1 de agosto de 2014

Recordando a Diderot en el día de su muerte


Hace algunos años, de vuelta ya de un insospechado viaje a París cuyas vicisitudes y sorprendentes casualidades pasaron a engrosar mi novela titulada ‘Sincronías del destino’, paseaba por las calles de San Lorenzo de El Escorial comprobando el efervescente ambiente que reinaba en los alrededores del núcleo urbano pues, como sucede en numerosos pueblos de la sierra madrileña y de casi toda España, estaban ya próximas las fiestas que se celebran en la temporada estival, y la afluencia de visitantes y el mayor número de residentes hacían bullir las calles con sus restaurantes y bares atestados de parroquianos, los cuales, en esta época veraniega, despliegan sus terrazas para reclamo de ociosos viandantes y turistas en general. La del concurrido Hotel Miranda & Suizo, en el alegre y transitado paseo de Floridablanca era una prueba evidente de ello. Me senté en una de las mesas que bajo el toldo de la marquesina se resguardaban del caluroso sol del incipiente mes de agosto, percatándome de que la reciente apertura del nuevo y flamante auditorio —un magnífico edificio moderno junto a la universidad complutense en la que, como cada año, se imparten los cursos de verano— era el tema de conversación de unas damas que degustaban el aperitivo como es costumbre a esas horas de la tarde. Aquella inauguración era una razón más para estar de enhorabuena ya que de esa forma se alternaría la programación de conciertos y representaciones teatrales con la del viejo Real Coliseo Carlos III —encargo del monarca al arquitecto francés Jaime Marquet, cuya inauguración se produjo en 1770—, contiguo al Miranda, pero obviamente inigualable pues su solera y sus tardes de tertulia al finalizar cada representación en el añejo ambigú que se halla en el sótano, bajo la platea, no tendrán parangón con el nuevo edificio; y en el que, por cierto, como acababa de leer al pasar, se anunciaba para los próximos días 4 y 5 de agosto la representación de la obra del escritor y filosofo francés Denis Diderot, ‘Jacques el fatalista’ —una de las obras más importantes de la literatura de Francia durante la Ilustración—, en la que Diderot analiza la psicología del libre albedrío y el determinismo. ¿De nuevo el azar jugaba conmigo?, pensé entonces y, algo perplejo, pedí un vermut al camarero al tiempo que recordaba la lacónica variación que de esa obra escribió como homenaje a Diderot el escritor Milan Kundera, autor de ‘La insoportable levedad del ser’, que fue publicada en España en 2006, poco tiempo antes de los fortuitos sucesos que plasmé en mi novela antes citada. Y sin dar mayor importancia a la casualidad que, a modo de bienvenida, se me volvía a revelar de nuevo, me concedí tiempo para dedicarlo a la banal rutina de contemplar cómo la gente paseaba arriba y abajo por una u otra acera del paseo de Floridablanca.

El libre albedrío o la libre elección es la creencia filosófica que sostiene que los individuos tienen el poder de elegir y tomar sus propias decisiones. Muchos han sido los que apoyaron dicha creencia, pero también ha sido criticada como una forma de ideología individualista por pensadores tales como Spinoza, Schopenhauer, Marx o Nietzsche. El concepto es comúnmente usado y tiene connotaciones objetivas al indicar la realización de una acción por un agente no condicionado íntegramente ligado por factores precedentes y subjetivos en el cual la percepción de la acción del agente fue inducida por su propia voluntad. El principio del libre albedrío tiene diversas implicaciones; en la ética, por ejemplo, se da por hecho que los individuos pueden ser responsables de sus propias acciones. La existencia del libre albedrío ha sido un tema central a lo largo de la historia de la filosofía y la ciencia. Sin embargo, Schopenhauer afirmaría que “tú puedes hacer lo que siempre haces, pero en algún momento de tu vida, solo podrás hacer una actividad definida, y no podrás hacer absolutamente nada que no sea esta actividad”.

La primera edición francesa de ‘Jacques el fatalista’ se publicó póstumamente en 1796. Denis Diderot murió en París el 31 de julio de 1784.


Bibliografía 

'Sincronías del destino'.

Fotografía de Diderot fuente O. Neoquínico.