La Fundación MAPFRE, en sus salas
de Madrid, presenta la exposición Impresionistas y postimpresionistas, del 2 de
febrero al 5 de mayo del presente año. El nacimiento del arte moderno muestra,
a través de 78 grandes obras maestras del parisino Musée d’Orsay, el desarrollo
del final del impresionismo y del postimpresionismo.
En 1886, se celebra la octava y
última exposición del grupo impresionista en la sala de exposiciones del
marchante Durand-Ruel. A lo largo de las ocho míticas exposiciones que había
presentado el grupo, la concepción tradicional de la pintura había saltado por
los aires. Los críticos y el público empezaban a asimilar las novedades
estilísticas, y los impresionistas comenzaban a tener cierto renombre. Así,
entre 1886 y 1900, asistimos al desarrollo de una modernidad más profunda y
radical. El impresionismo evoluciona hacia diferentes actitudes pictóricas,
tradicionalmente definidas como postimpresionistas que, en realidad, amplifican
el talante provocador del impresionismo definiendo los principios estilísticos
que abrirán los lenguajes de las vanguardias del siglo XX.
La muestra se inicia con las
primeras series de Monet (Los almiares, Los álamos y Las catedrales), y termina
con los trabajos decorativos de Vuillard en los Jardines públicos. Entre ambos
hitos se presentan los trabajos de Renoir en torno a las bañistas, el
desarrollo del neoimpresionismo —con obras de Seurat, Signac o Pissarro—, el
constructivismo de Cézanne, el retrato de los bajos fondos por parte de
Toulouse-Lautrec, la huida de Gauguin y sus amigos a Bretaña, la creación del
grupo de los Nabis con Serusier, Maurice Denis, Bonnard y Vallotton, y la
locura de Van Gogh en Arles.
La crisis del impresionismo
En general los impresionistas
muestran un agotamiento por la pintura sobre los mismos temas de la ciudad
moderna y sus alrededores. Más preocupados por la propia pintura como lenguaje,
limitarán sus asuntos y se concentrarán en temas concretos donde expresar mejor
sus verdaderas preocupaciones plásticas.
A partir de 1886, Claude Monet
empieza a reflexionar en torno a la idea de representar el mismo motivo,
fluctuando en función de las estaciones, del tiempo o de la luz de los
diferentes momentos del día. Las formas y los motivos se disuelven cada vez
más, en una pintura que se repliega sobre sí misma. A partir de 1890, surgen
las primeras series: Los almiares (1890), Los álamos (1891) y las Catedrales de
Rouen (1892-1893), todas ellas representadas en la exposición. En la Catedral
de Rouen, de la que mostramos dos lienzos (La portada vista de frente y La
portada y la torre de Saint-Romain a pleno sol), Monet encuentra uno de los más
bellos motivos de toda su carrera de pintor: cuenta la leyenda que llegaba a
pintar hasta 14 lienzos a la vez, corriendo de uno a otro según la luz y el
tiempo, recorriendo todas las sutilezas tonales que cambiaban a cada minuto en
la atmósfera de Normandía.
De forma paralela, Monet,
instalado ya en Giverny, comienza a pintar su estanque de nenúfares, donde anula
cualquier resto de perspectiva tradicional para llegar a un grado de
refinamiento pictórico que alcanza sus más altas cotas de excelencia. En la
exposición, este asunto aparece representado a través del famoso Estanque de
nenúfares, armonía verde (1899). Todos los motivos se disuelven en una
atmósfera cada vez más abstracta y lírica, como muestra también sus vistas del
Parlamento de Londres (1904).
Al contrario que Monet, Renoir,
otra de las grandes figuras dominantes del grupo impresionista, vuelve a
participar en el Salón académico a partir de 1880, donde obtiene un gran éxito
gracias a sus retratos, de los que se presenta un importante conjunto. A la
vez, sus viajes a Argelia y a Italia pondrán de manifiesto la necesidad que
siente de renovar su pintura. El último Renoir encuentra en los desnudos al
aire libre el asunto en el que mostrar sus ambiciones estéticas: Las bañistas
eran para él una continuidad de la pintura del siglo XVIII. Definidas como “un Tiziano pintado por Rubens”, sus cuerpos desbordados muestran una
atmósfera de fecundidad y eterna primavera, que se traslada a toda la
superficie pictórica.
El neoimpresionismo
Camille Pissarro había insistido
en que sus amigos Seurat y Signac participaran en la octava y última exposición
impresionista, lo que generaría una fuerte controversia. En ese mismo momento,
el crítico Félix Fénéon inventa el término “neoimpresionismo” para
definir este nuevo tipo de pintura, en el que los colores puros se yuxtaponen a
través de pequeños puntos, que favorecen la mezcla óptica de los colores en el
ojo, y no en la paleta. El neoimpresionismo marca una dialéctica de ruptura y
continuidad respecto del impresionismo, con una fuerte conciencia de “progreso”. La importancia de la ciencia se evidencia al tiempo que esconde
un ataque al efecto improvisador del impresionismo.
Seurat perfeccionará su método de
la mezcla óptica. Su prematura muerte en 1891 podría haber supuesto el final
del puntillismo, pero Signac se convierte en un líder muy eficaz y en un gran
teórico de este movimiento, muy cercano, en sus primeros tiempos, a los
principios sociales del anarquismo. Su descubrimiento del Mediterráneo le
permite simbolizar, a través de la luz y del aire puro, su confianza en un
mundo mejor, como muestra la obra maestra Entrada del puerto de Marsella
(1911). Henri Cross se convertirá en el mejor heredero de estos sueños
arcádicos, a través de obras tan fundamentales como El aire de la tarde (1893)
o La cabellera (1892).
Cézanne y su influencia
La exposición dedica un lugar
especial a la importancia de Cézanne como nexo de unión entre el impresionismo
y el postimpresionismo. Cézanne había sentido siempre la necesidad de romper
con las reglas y de sobrepasar los límites que imponía la técnica
impresionista. Siempre se interesó por el sentido constructivo que imponía la
propia naturaleza y por la necesaria construcción de esa mirada sobre los
objetos que se propusiera pintar.
En 1886, su padre fallece, por lo
que recibirá una buena herencia que le permitirá vivir lejos de las presiones
comerciales y dedicarse a hacer el arte que le interesa. En la exposición se
presentan La señora Cézanne, dos importantes bodegones —Bodegón con cebollas y
Manzanas y naranjas— así como varios paisajes provenzales en torno y naranjas—
así como varios paisajes provenzales en torno al Château Noir. En ellos,
Cézanne insiste en el papel desempeñado por los diferentes aspectos de la
composición, abriendo el camino que conduciría al cubismo, y convirtiéndose en
el padre de las primeras vanguardias.
Toulouse-Lautrec y Montmartre
La trayectoria de
Toulouse-Lautrec, desde su castillo familiar en Albi, al Montmartre más
canalla, continúa siendo una historia cautivadora. Dos fracturas de fémur
durante su infancia le habían impedido crecer más allá de los 150 centímetros
pero, a pesar de ello y de su consciente fealdad física, Toulouse-Lautrec tuvo
el tesón de convertirse en uno de los hombres más populares y de los artistas
más célebres de su generación.
En 1886, conoce en el taller de
Cormon a Van Gogh, Bernard y Anquetin, y los cuatro amigos empiezan a exponer
bajo el nombre de “impresionistas del petit boulevard”.
Toulouse-Lautrec experimentará con perspectivas muy forzadas, tomadas de los
grabados japoneses, con un dibujo nítido y con temas de los bajos fondos.
Pero a diferencia de Steinlen,
Toulouse-Lautrec nunca fue un acusador de los vicios de la ciudad: su pintura y
sus dibujos retratan las flores del mal de Montmartre con una mirada tierna y
solidaria, sin cinismo y sin arrogancia. A través del retrato de las grandes
divas del Moulin Rouge, inaugurará una nueva manera de pintar de una gran
simplificación y austeridad de recursos, en oposición a su enorme capacidad
expresiva, nacida bajo la sombra de Montmartre.
Van Gogh
En 1886, Van Gogh llega a París
desde Nuenen y, junto a sus amigos Toulouse-Lautrec, Anquetin y Bernard, pinta
los barrios de París con un uso muy expresivo e intenso del color, como muestra
El merendero de Montmartre y, más adelante, El restaurante de la Sirène en
Asnières.
En febrero de 1888, Vincent Van
Gogh viaja a Arlés siguiendo su sueño de crear una comunidad de artistas en el
Sur. Sin embargo, esa comunidad de artistas ya se estaba creando en ese momento
pero lejos, en Pont-Aven, presidida por Gauguin. Vincent envidiaba esa
camaradería, que contrastaba con la soledad en la que él estaba sumido en
Arlés.
En esos momentos trabajaba en el
poder de sugestión de los colores, y en el significado simbólico que estos
proporcionaban. Él mismo decía a su hermano que “en lugar de reproducir
exactamente lo que tengo ante mis ojos, empleo el color de una manera más
arbitraria, a fin de expresarme con vigor”.
Van Gogh consiguió convencer a
Gauguin para que trabajara con él en Arlés, viviendo con él en la famosa casa
amarilla. Estuvieron juntos nueve intensas semanas, donde pintaron en los
Alyscamps, la necrópolis romana de Arlés. En contacto con Gauguin, Van Gogh
acentuó su familiaridad con el sincretismo radical, con planos lisos,
destacados mediante cerquillos marcados y oscuros, en una explícita referencia
a Gauguin, tal como muestra El salón de baile en Arlés (1888).
Después del famoso incidente, en
el que Van Gogh se cortó una oreja y se la dio a una prostituta, Gauguin
regresó a París, y Van Gogh se internó voluntariamente en
Saint-Rémy-de-Provence. Sus autorretratos no permiten dudar de su sufrimiento,
ni de que sigue creyendo en el poder terapéutico de la pintura.
Gauguin y Pont-Aven
Gauguin se instala en la
localidad de Pont-Aven en 1886. “Me gusta Bretaña —escribiría dos años después—
encuentro allí lo salvaje, lo primitivo”. Bretaña se había mantenido aislada
durante mucho tiempo, y conservaba una vida fuera de su tiempo marcado por lo
industrial y lo moderno. Desde 1860 este lugar acogía una colonia cosmopolita
de artistas, que conseguían vivir con casi nada. El carácter austero, el fervor
místico y la naturaleza violenta de la región constituyeron una revelación para
Gauguin y sus amigos.
En ese ambiente, Gauguin conoce a
Émile Bernard con el que elabora una nueva manera de pintar, sintética y
esencial, que eliminaba los detalles para contonear las formas por un trazo
negro que recuerda al plomo de las vidrieras. Al rechazar el pintoresquismo del
lugar, rechazaban a la vez la expresión natural del paisaje: “No copie a
la naturaleza, decía Gauguin, el arte es una abstracción. Extráigala de la
naturaleza soñando ante ella”.
La exposición presenta
importantes pinturas de Gauguin de este periodo, como Marina con vaca (1888),
Los almiares amarillos (1889) o la famosa Campesinas bretonas (1894).
Nabis
En octubre de 1888, Paul Sérusier
enseñó a sus colegas de la Académie Jullian —Maurice Denis, Henri-Gabriel
Ibels, Paul Ranson y Pierre Bonnard— una pequeña tabla que acababa de pintar en
Pont-Aven bajo el dictado de Paul Gauguin. Éste había animado a su joven
discípulo a traducir la naturaleza con colores puros, de manera que, por
primera vez, se presentaba una pintura, como diría Maurice Denis en sus
diarios, “como una superficie plana recubierta de colores reunidos en un
determinado orden”. Esta pequeña tablita llamada El Talisman, y que hoy
mostramos en esta exposición, es una de las obras icónicas de la historia del
arte, ya que por primera vez plantea abiertamente lo que será la pintura para el
siglo XX: “Una superficie plana con formas y colores” abriendo la
puerta a la abstracción y la concepción objetual del cuadro.
Alrededor de la emoción que
suscitó El talismán, este grupo de artistas se autodenominó “nabis”,
una palabra misteriosa que, tanto en hebreo como en árabe, significa “profeta”, “elegido”. Así, decidieron concebir la pintura “como un grupo de acordes, alejados definitivamente de la idea
naturalista”. A este estilo, se sumaba su interés por la materialidad de
la pintura, para la que los ejemplos de Van Gogh y Cézanne resultaron
esenciales.
Las posibilidades estilísticas
que ofrecía esta nueva manera de pintar fueron desarrolladas por artistas de
personalidades muy diferentes: mientras Bonnard y Vuillard exploraban notas
intimistas y sensibles, Roussel se concentraba en temas bucólicos y Denis,
Sérusier y Ranson se sintieron atraídos por una mística de corte católico. En
todos los casos, cualquier asunto banal trascendía hacia la representación de
una vida silenciosa llena de enigmas. Sus personajes aparecen aislados,
incomunicados, haciendo gala de una vida interior que se desarrollaba en los
lugares más inescrutables del alma humana.
La exposición presenta obras
fundamentales de este periodo, como Las musas de Maurice Denis, y los famosos
Jardines públicos de Vuillard.
Fuente Fundación MAPFRE. Obra de Claude
Monet, Parlamento de Londres (1904)