Alejandro Calderón es un poeta peruano nacido en 1960 que lleva casi 30 años viviendo en París.
Estudió filosofía en la Universidad de París VIII y literatura comparada en la de París III. Ha publicado los poemarios “Transmigración” traducido y con prefacio de Claude Couffon, París (1992), “Parution de Nazca”, traducido y con prefacio de C. Couffon, París (1994), “A través de la penumbra”, traducido por C. Couffon e introducción del crítico literario peruano, Américo Ferrari, París (1996), “Pestañeo de la nada”, traducido por C. Couffon, introducción de A. Ferrari, París (2000). Hay que decir que al hispanista, traductor y también poeta Claude Couffon, ya jubilado como catedrático de literatura española e hispanoamericana en la Sorbona, se le rindió un merecido homenaje el 21 de mayo de 2008 en la Casa de América de Madrid.
No siendo un “pituco” (adinerado, pudiente), Alejandro Calderón dejó su humilde Arequipa natal para encontrar la vida luchando en la ciudad del Sena. En el París de las maravillas, de las oportunidades, pero, por qué no admitirlo, también de muchos sinsabores y desengaños. Aunque, como él mismo dice, lo hizo siguiendo los pasos de su admirado César Vallejo: “Vallejo se vino buscando a París, y yo lo hice buscando a Vallejo”. Las escasas dulzuras que la vida propició a Vallejo fueron las que obtuvo de las naranjas con las que solía alimentarse en la penosa precariedad en la que a veces vivió, pero también las que le depararon sus conquistas amorosas. En lo segundo, Alejandro no es menos que su mentor; con el desparpajo que le permite su buen francés, y animado por los efluvios de los caldos galos que degustamos aquella mañana de septiembre, de eso puedo dar fe.
También ejerció de excelente cicerone, y en nuestro paseo por la ciudad –el cual incluyó el bonito Jardín de Luxemburgo y los bulevares de Saint-Germain y Montparnasse– me presentó, en la Rue de Rennes, a un poeta anónimo. Un hombre de pelo blanco que pasaría por un clochard de no ser porque vestía totalmente de negro –como solían hacerlo en su época los existencialistas–, y al que yo he apodado “el poeta gótico de la Rue de Rennes”, que limpiaba meticulosamente sus zapatos de gamuza como si fueran los de un dandi, y que nos recitó una poesía titulada La lumière amoureuse a cambio de unas monedas. Oírle recitar con su personal timbre de voz era como escuchar un mantra que trascendía su musical cadencia.
“Un hombre puede pasar dos días sin comer, pero no sin poesía”, afirmaba convencido el poeta dandi francés Charles Baudelaire, autor de ‘Las flores del mal’.
Legatario del patrimonio poético de su compatriota, amén de otras lecturas líricas como las del citado Baudelaire o también Rimbaud, entre muchos otros, Alejandro atesora esa herencia en su corazón como algo íntimamente propio que le impulsa a escribir su personal poesía como tocado por el espíritu de Vallejo, en quien ha visto siempre un querido ejemplo que le ha insuflado su aliento poético y vital. Hasta hace poco tiempo, según me confiesa, tenía por costumbre ir todos los domingos a visitar su sepultura, como en una liturgia sentimental, pero también a leer o a escribir en la quietud, apenas alterada por el trino de los pájaros, del camposanto de Montparnasse.
Nos conocimos hace unos años en el Hotel Esmeralda, que es donde está empleado, y por el que ha visto pasar a estrellas como la actriz Claudia Cardinale, el dibujante Hugo Pratt o el actor Keanu Reves. Situado en pleno centro histórico, frente a la catedral de Nôtre-Dame y junto a la vieja librería inglesa Shakespeare & Co, propiedad de un supuesto nieto del poeta norteamericano Walt Whitman, que ahora administra su hija Sylvia (nombre inspirado en la Sylvia Beach original propietaria de la Shakespeare & Co de los tiempos de Joyce o Hemingway, y que por entonces se encontraba en 12, Rue de l´Odeon), en su acogedora recepción hemos charlado sobre literatura o poesía mientras compartíamos una botella de vino. En aquella ocasión me reveló que, para él, “la Poesía era un bulevar… hacia el Infinito”.
“En la cadencia rítmica del verso, hallarás la verdad del Universo”, dijo el poeta.
A finales del año 2007, Alejandro Calderón fue entrevistado por la escritora colombiana Laura Restrepo, que se personó en el hotel. Fruto de ese encuentro es el artículo que publicó EL PAÍS en su suplemento literario titulado “Cucaracha blues” (ver Babelia del 12 de enero de 2008), sobre los miles de latinoamericanos que visitan la tumba de César Vallejo en el cementerio parisino de Montparnasse, el único lugar de Europa donde no se les pide visado.
Estudió filosofía en la Universidad de París VIII y literatura comparada en la de París III. Ha publicado los poemarios “Transmigración” traducido y con prefacio de Claude Couffon, París (1992), “Parution de Nazca”, traducido y con prefacio de C. Couffon, París (1994), “A través de la penumbra”, traducido por C. Couffon e introducción del crítico literario peruano, Américo Ferrari, París (1996), “Pestañeo de la nada”, traducido por C. Couffon, introducción de A. Ferrari, París (2000). Hay que decir que al hispanista, traductor y también poeta Claude Couffon, ya jubilado como catedrático de literatura española e hispanoamericana en la Sorbona, se le rindió un merecido homenaje el 21 de mayo de 2008 en la Casa de América de Madrid.
No siendo un “pituco” (adinerado, pudiente), Alejandro Calderón dejó su humilde Arequipa natal para encontrar la vida luchando en la ciudad del Sena. En el París de las maravillas, de las oportunidades, pero, por qué no admitirlo, también de muchos sinsabores y desengaños. Aunque, como él mismo dice, lo hizo siguiendo los pasos de su admirado César Vallejo: “Vallejo se vino buscando a París, y yo lo hice buscando a Vallejo”. Las escasas dulzuras que la vida propició a Vallejo fueron las que obtuvo de las naranjas con las que solía alimentarse en la penosa precariedad en la que a veces vivió, pero también las que le depararon sus conquistas amorosas. En lo segundo, Alejandro no es menos que su mentor; con el desparpajo que le permite su buen francés, y animado por los efluvios de los caldos galos que degustamos aquella mañana de septiembre, de eso puedo dar fe.
También ejerció de excelente cicerone, y en nuestro paseo por la ciudad –el cual incluyó el bonito Jardín de Luxemburgo y los bulevares de Saint-Germain y Montparnasse– me presentó, en la Rue de Rennes, a un poeta anónimo. Un hombre de pelo blanco que pasaría por un clochard de no ser porque vestía totalmente de negro –como solían hacerlo en su época los existencialistas–, y al que yo he apodado “el poeta gótico de la Rue de Rennes”, que limpiaba meticulosamente sus zapatos de gamuza como si fueran los de un dandi, y que nos recitó una poesía titulada La lumière amoureuse a cambio de unas monedas. Oírle recitar con su personal timbre de voz era como escuchar un mantra que trascendía su musical cadencia.
“Un hombre puede pasar dos días sin comer, pero no sin poesía”, afirmaba convencido el poeta dandi francés Charles Baudelaire, autor de ‘Las flores del mal’.
Legatario del patrimonio poético de su compatriota, amén de otras lecturas líricas como las del citado Baudelaire o también Rimbaud, entre muchos otros, Alejandro atesora esa herencia en su corazón como algo íntimamente propio que le impulsa a escribir su personal poesía como tocado por el espíritu de Vallejo, en quien ha visto siempre un querido ejemplo que le ha insuflado su aliento poético y vital. Hasta hace poco tiempo, según me confiesa, tenía por costumbre ir todos los domingos a visitar su sepultura, como en una liturgia sentimental, pero también a leer o a escribir en la quietud, apenas alterada por el trino de los pájaros, del camposanto de Montparnasse.
Nos conocimos hace unos años en el Hotel Esmeralda, que es donde está empleado, y por el que ha visto pasar a estrellas como la actriz Claudia Cardinale, el dibujante Hugo Pratt o el actor Keanu Reves. Situado en pleno centro histórico, frente a la catedral de Nôtre-Dame y junto a la vieja librería inglesa Shakespeare & Co, propiedad de un supuesto nieto del poeta norteamericano Walt Whitman, que ahora administra su hija Sylvia (nombre inspirado en la Sylvia Beach original propietaria de la Shakespeare & Co de los tiempos de Joyce o Hemingway, y que por entonces se encontraba en 12, Rue de l´Odeon), en su acogedora recepción hemos charlado sobre literatura o poesía mientras compartíamos una botella de vino. En aquella ocasión me reveló que, para él, “la Poesía era un bulevar… hacia el Infinito”.
“En la cadencia rítmica del verso, hallarás la verdad del Universo”, dijo el poeta.
A finales del año 2007, Alejandro Calderón fue entrevistado por la escritora colombiana Laura Restrepo, que se personó en el hotel. Fruto de ese encuentro es el artículo que publicó EL PAÍS en su suplemento literario titulado “Cucaracha blues” (ver Babelia del 12 de enero de 2008), sobre los miles de latinoamericanos que visitan la tumba de César Vallejo en el cementerio parisino de Montparnasse, el único lugar de Europa donde no se les pide visado.