martes, 22 de noviembre de 2011

‘Machu Picchu, 100 años en imágenes’


Una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid reúne 44 fotografías de la colección de la National Geographic Society entorno a este poderoso y emblemático enclave andino cien años después de ser descubierto por Hiram Bingham, y que aparecen clasificadas en diferentas secciones explicativas como son su descubrimiento, alturas, maravilla, naturaleza, y arquitectura de Machu Picchu.

Si recorriéramos el Camino Real de los Incas en dirección sur partiendo de Quito para después pasar por Cuzco –el “Ombligo del Mundo” de los incas–, llegaríamos a la cordillera de Vilcabamba y a la cercana y, normalmente visible en el horizonte, sierra de Urubamba. Donde los Andes son aquí más sagrados que en otro lugar, jalonados de cimas tales como el Ausangate (6.372 m.), o el Salcantay (6271 m.), que son las moradas de los Apus custodios de aquellos valles. Y cuenta una leyenda inca que en el principio de los tiempos, cuando el mundo empezó a ser mundo, tuvo lugar una disputa entre las montañas Ausangate y Salcantay, como colosales representaciones del hombre y la mujer, tras la cual el Salcantay se retiró triste hacia la selva y el Ausangate, solitario, se quedó en las alturas.

Pero existen numerosos caminos adyacentes en ese en-tramado de vías que crearon los incas para facilitar las comunicaciones entre aquellos agrestes parajes flanqueados por cerros y nevados, y uno de ellos es el bonito y mágico sendero inca a Machu Picchu, literalmente “montaña vieja” en quechua. Ese místico y asombroso lugar de poder, cuya senda en cuatro o cinco días nos lleva al centro ceremonial que se halla enclavado entre las cordilleras Vilcabamba y Urubamba.

Aunque hubo otros que lo rondaron antes, el descubridor científico de Machu Picchu fue Hiram Bingham. Profesor, historiador y explorador americano, heredó de su padre, uno de los primeros misioneros cristianos en el archipiélago de Gilbert, en la Polinesia, su insaciable avidez de explorar lo desconocido. Llegó a Sudamérica con la intención de conocer y estudiar los caminos que recorriera el gran general Simón Bolívar. Sus experiencias en Venezuela y Colombia le enseñaron la ventaja que significaba para un explorador estar respaldado por el gobierno; por eso decide sacar partido de su posición como delegado oficial de los EE UU para penetrar en los Andes centrales y seguir el viejo camino comercial español de Buenos Aires a Lima. Acompañado de su amigo Clarence L. Hay, y partiendo de Cuzco, se propuso cruzar la tierra de los incas a lomo de mula. Así, en 1911, después de realizar un difícil viaje al departamento de Abancay, pasando antes por Limatambo, y después de indagar sobre las posibles ciudades incas, inició su recorrido dirigiéndose al valle del río Urubamba, luego Ollantaytambo, continuando hasta Torontoy, y más tarde llegó a Mandorpampa. En este paraje acamparían cerca de la modesta vivienda de un campesino, quien les dijo que en las proximidades había unas buenas ruinas. Al amanecer del 24 de julio caía una heladora llovizna, bajo la que anduvieron tres cuartos de hora hasta cruzar un río por un frágil puente de troncos unidos con lianas; luego continuaron una hora y veinte minutos más hasta llegar a unas terrazas de cultivos. Alcanzado este punto un niño indio les sirvió de guía.

Pese a que Machu Picchu estaba completamente cubierto de frondosa vegetación, Bingham percibió esas fuerzas telúricas que se desprenden de los lugares poderosos y comprendió que se trataba de un importantísimo conjunto arqueológico oculto por un verdadero bosque de grandes árboles, que habían crecido en las terrazas durante siglos. Bingham optó por buscar cavernas sepulcrales y alentó a los peones para continuar con las excavaciones ofreciéndoles más dinero. Más tarde se halló gran cantidad de cuevas con restos humanos, tanto dentro del sector urbano como fuera, pero las excavaciones más fructíferas se hicieron en los alrededores del templo del sol. En total se hallaron los restos de 173 individuos, de los cuales 150 correspondían a mujeres. Machu Picchu era una huaca donde se realizaban ritos con la preciada coca y donde había un acllahuasi o casa de las acllas, un edificio de la arquitectura ceremonial inca como también la kallanka o el ushnu. Las acllas eran aquellas mujeres escogidas que acompañaban a la sacerdotisa o “mamacuna”, y que preparaban las bebidas indispensables para la celebración de los rituales, dedicadas a la labor textil y, su función más importante, la de servir de regalo para el inca.

El valor de este santuario para los incas había sido mágico-religioso y sobre todo paisajístico. Aquellos incas percibieron las fuerzas telúricas que emanan de él, y como reseñaba M. Eliade en la definición de hierofanía, una revelación de lo sagrado. El paisaje de los nevados, cerros, cumbres, abismos y bosques, les produjo, como a cualquiera que lo contemple, una fascinación especial.


‘Machu Picchu, 100 años en imágenes’. En el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el 2 de diciembre.


Enlace de interés

Fotografías de Hiram Bingham en NGS