miércoles, 31 de agosto de 2011

Las raíces de la coincidencia


A pocas horas de la que los árabes llaman ‘Lailat al-Qadr’ (la traducción literal es Noche de Poder), o la Noche del Destino en la que el profeta recibiese la primera de sus revelaciones, de nuevo ciertos sucesos me obligaban a reconocer los límites de las explicaciones físicas y la posible existencia de otros niveles de realidad que estarían más allá de la causalidad física.

Me encontraba solo, en silencio y concentrado leyendo al escritor húngaro Arthur Koestler, autor de ‘Las raíces de la coincidencia’, cuando oí una explosión. En ese puntual momento pensé que se trataba de un disparo de escopeta de caza, realizado en la lejanía del monte por algún cazador furtivo. Unos segundos más tarde, pues bajaba a una buena velocidad por una carretera de montaña sin tránsito alguno y colindante a donde yo estaba, explosionaba por segunda vez el motor de una motocicleta de gran cilindrada a su paso por el punto más próximo a mi ubicación, en plena naturaleza, a varios kilómetros del pueblo más cercano. Un hecho por sí solo insustancial, de no ser por lo sincrónico que fue con el relato leído en el libro de Koestler; y que, naturalmente, de ser una invención, por supuesto que hubiera elegido cualquier otra.

Decía André Malraux que las coincidencias son el lenguaje del destino. Y es que en aquellos precisos momentos acababa de leer el pasaje en el que se describe aquel famoso episodio que se produjo en Viena, en la biblioteca de la casa de Freud, cuando Jung visita a éste en marzo de 1909. En aquel tiempo Jung, que algunos años antes había escrito la tesis doctoral ‘Sobre la psicopatología de los fenómenos ocultos’, era un ferviente admirador de Freud y un gran entusiasta de su trabajo, considerando ese encuentro el momento más importante de su vida, pues estaba muy interesado en conocer las opiniones de Freud sobre precognición y parapsicología en general.

Cuando el escéptico Freud exponía sus razonamientos en contra, Jung sintió una extraordinaria sensación, pro-bablemente somatizando el estrés que le producía el debate. Le pareció que su diafragma se endurecía y le producía cierta quemazón, como si “fuera de hierro y se pusiera incan-descente”. En ese justo instante, en la biblioteca se oyó tal crujido que ambos quedaron muy alarmados… Tan sonoro que los dos miraron hacia el techo temiendo que se les viniera encima.

Inmediatamente después, Jung dijo: “Vea, esto es un ejemplo de los llamados fenómenos catalíticos”. Por su parte, Freud continuaba incrédulo y le contestó diciendo que eso era absurdo. Con vehemencia, Jung le respondió que se equivocaba. “Y para demostrarle que llevo razón, predigo ahora que dentro de un instante se producirá otro fuerte ruido”. Y, efectivamente, apenas pronunció esas palabras, de nuevo se oyó en la biblioteca ¡el mismo crujido!

Freud le miró espeluznado, sin que Jung pudiera adivinar lo que pensaba. El caso es que el suceso despertó el recelo de Freud, y desde entonces Jung nunca más volvió a hablarle de esto.



Bibliografía

‘Las raíces de la coincidencia’, Arthur Koestler

‘El desafío del azar’, Hardy, Harvie, Koestler


Enlace de interés

Cronenberg, psicoanalista


Música de sala

Pat Metheny, ‘Roots of coincidence’