No recuerdo una cola semejante, para algunos de kilométrica espera, desde que viera la larga fila que formaba el público y que salía del establecimiento y se extendía varias decenas de metros por la acera de los parisinos Campos Eliseos. En aquella ocasión se trataba de la que Amélie Nothomb, en otro famoso megastore de París, congregaba firmando ejem-plares de su por entonces última novela, ‘Ni de Eva ni de Adán’; lo que me demostró la también gran tradición lectora y libresca de nuestros vecinos franceses, siempre fieles a su autor favorito y el esperado lanzamiento de su nueva obra como es de recibo.
Al principio de ésta, sentado a la mesa, estaba nada más y nada menos que el escritor americano Paul Auster, entregando a sus seguidores el ‘Diario de invierno’ con su rúbrica estampada en la página en la que aparece su título. Un nuevo libro en el que Auster desvela, a modo de diario desde la infancia a la madurez pero no en ese estricto sentido cronológico, sus cotidianas peripecias y devenires haciendo un íntimo y veraz ejercicio de introspección del que él es protagonista, como ya apuntase en ‘La invención de la soledad’ o ‘El cuaderno rojo’ y continuara con ‘A salto de mata. Crónica de un fracaso precoz’. Aunque, según sus propias palabras, “en el proceso de escribir o pensar sobre uno mismo, uno se convierte en otro”. Ya se lo decía Rimbaud, a la edad de 16 años, a su amigo Paul Demeny en su ‘Letres du Voyant’ (Cartas del vidente): “Je est un autre”, que para el poeta simbolista y decadentista significaba la disociación del ser del percibir o hacer de ese mismo ser. Separar de la trompeta el bronce que la integra, decía el propio Rimbaud. Limpiar de polvo y paja la memoria para extraer en conciencia el recuerdo y convertirlo en literatura.
Cuando por fin llegué hasta él, no se me ocurrió otra cosa que saludarle, con un acento lo más parecido al de Brooklyn, con un manido y algo chulesco “How is it going?”, a la vez que le extendía el citado libro que me llevaría firmado como recuerdo. Auster, a su vez, me contestaría con un cortés y lacónico “Thank you”.
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Presentación en Barcelona de ‘Diario de invierno’ de Paul Auster
Al principio de ésta, sentado a la mesa, estaba nada más y nada menos que el escritor americano Paul Auster, entregando a sus seguidores el ‘Diario de invierno’ con su rúbrica estampada en la página en la que aparece su título. Un nuevo libro en el que Auster desvela, a modo de diario desde la infancia a la madurez pero no en ese estricto sentido cronológico, sus cotidianas peripecias y devenires haciendo un íntimo y veraz ejercicio de introspección del que él es protagonista, como ya apuntase en ‘La invención de la soledad’ o ‘El cuaderno rojo’ y continuara con ‘A salto de mata. Crónica de un fracaso precoz’. Aunque, según sus propias palabras, “en el proceso de escribir o pensar sobre uno mismo, uno se convierte en otro”. Ya se lo decía Rimbaud, a la edad de 16 años, a su amigo Paul Demeny en su ‘Letres du Voyant’ (Cartas del vidente): “Je est un autre”, que para el poeta simbolista y decadentista significaba la disociación del ser del percibir o hacer de ese mismo ser. Separar de la trompeta el bronce que la integra, decía el propio Rimbaud. Limpiar de polvo y paja la memoria para extraer en conciencia el recuerdo y convertirlo en literatura.
Cuando por fin llegué hasta él, no se me ocurrió otra cosa que saludarle, con un acento lo más parecido al de Brooklyn, con un manido y algo chulesco “How is it going?”, a la vez que le extendía el citado libro que me llevaría firmado como recuerdo. Auster, a su vez, me contestaría con un cortés y lacónico “Thank you”.
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Fotografía de Paul Auster © Fernando Torres