En este día, mes y año en que se cumplen cien de su nacimiento, no he podido dejar de recordar al grabador litográfico, tipógrafo y, sobre todo, gran fotógrafo francés Robert Doisneau. Y lo hago con este fragmento, ahora a manera de microrelato elíptico, extraído de la novela ‘Sincronías del destino’. Pues, como suscitara Hemingway, es el lector con su imaginación quien debe rellenar el posible vacío argumental. Porque siempre hay algo que no se cuenta, pero se han de dar las claves para sobrentenderlo, ya que suele ser determinante para la totalidad de una historia. Algo semejante ocurre con la fotografía del famoso beso frente al Hôtel de Ville, muchos pensaron que se trataba de una fotografía espontánea que el autor había realizado en su recorrido por las calles de París. Sin embargo, tiempo después se ha sabido que la pareja la formaban dos estudiantes de arte dramático, llamados Françoise y Jacques, a los cuales Doisneau había contactado en un café de la ciudad. Desde entonces, además de algún que otro pleito por parte de los actores, la foto simboliza el amor y representa a París como ciudad romántica, y aún hoy más que nunca el famoso beso vende cientos de miles de copias al año.
‘El beso de Doisneau’ (microrelato)
Las fotografías que vendía Maurice en su puesto del muelle no eran tanto de Man Ray como algunas de las más famosas de Doisneau, Brassai o Boubat que, entre las de otros colegas, se incluyen en el conjunto de obras de la llamada Photographie humaniste; precisamente, estos últimos días, mientras esperaba la llegada de algún turista ávido de esas panorámicas del viejo París o de cualquier otro souvenir de los que él vendía, sentado en su vieja silla de lona plegable, la estampa que más contemplaba de todas ellas era la popular fotografía de Robert Doisneau, en la que aparecen dos amantes besándose frente al Hôtel de Ville. Cuando miraba la instantánea durante largo tiempo, se recreaba en ella, y en su imaginación fantaseaba poniéndoles mentalmente a los rostros de esos enamorados el semblante de su amiga, una pintora española, y el suyo, causándole este disimulado anhelo una mayor desazón.
Lamentablemente, cuando la pintora llegó y hubieron acordado que la llave se la entregaría a la portera de su finca después de consignar allí el nuevo cuadro, se despidió de él con un simple beso en la mejilla que muy poco o nada tuvo que ver con el de la reproducción de Doisneau. La pintora y el bouquiniste mantenían esa relación pactada viéndose de vez en cuando sin que hasta ahora ella se hubiera sincerado mostrándole sus verdaderos sentimientos, antes bien ponía alguna excusa o simplemente no le daba ninguna explicación que justificara sus viajes a España –aunque a Maurice le resultara fácil adivinar la razón–. Sin embargo, a Helena le gustaba gastarle bromas llamándole Maurice Quentin de La Tour –como el célebre retratista oficial de Luis XV– cuando, a ratos perdidos, le veía garabatear al pastel alguna cartulina. Por su parte, Maurice, haciendo gala siempre de una gran discreción, tampoco le hacía preguntas que pudieran dar la impresión de querer inmiscuirse en su vida privada y, claro está, en esta ocasión no fue diferente. Así pues la deseó un bon voyage. (…)
Fotografía ‘Le baiser de l’Hôtel de ville’, 1950 © Robert Doisneau
‘El beso de Doisneau’ (microrelato)
Las fotografías que vendía Maurice en su puesto del muelle no eran tanto de Man Ray como algunas de las más famosas de Doisneau, Brassai o Boubat que, entre las de otros colegas, se incluyen en el conjunto de obras de la llamada Photographie humaniste; precisamente, estos últimos días, mientras esperaba la llegada de algún turista ávido de esas panorámicas del viejo París o de cualquier otro souvenir de los que él vendía, sentado en su vieja silla de lona plegable, la estampa que más contemplaba de todas ellas era la popular fotografía de Robert Doisneau, en la que aparecen dos amantes besándose frente al Hôtel de Ville. Cuando miraba la instantánea durante largo tiempo, se recreaba en ella, y en su imaginación fantaseaba poniéndoles mentalmente a los rostros de esos enamorados el semblante de su amiga, una pintora española, y el suyo, causándole este disimulado anhelo una mayor desazón.
Lamentablemente, cuando la pintora llegó y hubieron acordado que la llave se la entregaría a la portera de su finca después de consignar allí el nuevo cuadro, se despidió de él con un simple beso en la mejilla que muy poco o nada tuvo que ver con el de la reproducción de Doisneau. La pintora y el bouquiniste mantenían esa relación pactada viéndose de vez en cuando sin que hasta ahora ella se hubiera sincerado mostrándole sus verdaderos sentimientos, antes bien ponía alguna excusa o simplemente no le daba ninguna explicación que justificara sus viajes a España –aunque a Maurice le resultara fácil adivinar la razón–. Sin embargo, a Helena le gustaba gastarle bromas llamándole Maurice Quentin de La Tour –como el célebre retratista oficial de Luis XV– cuando, a ratos perdidos, le veía garabatear al pastel alguna cartulina. Por su parte, Maurice, haciendo gala siempre de una gran discreción, tampoco le hacía preguntas que pudieran dar la impresión de querer inmiscuirse en su vida privada y, claro está, en esta ocasión no fue diferente. Así pues la deseó un bon voyage. (…)
Fotografía ‘Le baiser de l’Hôtel de ville’, 1950 © Robert Doisneau