martes, 10 de julio de 2012

El destino sale al encuentro


Cuento de verano

La pequeña librería, que abría hasta medianoche, bullía a esas horas nocturnas debido a la gran afluencia de algunos jóvenes estudiantes británicos y al escaso y curioso público en general que en ese inusual horario acudía al establecimiento para escudriñar los estantes en busca de algún ejemplar de su gusto. Fuera, junto al escaparate y los cajones de libros de ocasión o de menor valía, vagaba un clochard que se había acercado al lugar desviándose de su camino en su deambular errático atraído por el eco de los sones de una guitarra tañida alegremente por un joven inglés. En verano es frecuente ver cómo se arremolina la gente en el exterior de la librería con motivo de algún recital de poesía de los que de forma habitual se celebran un tanto improvisadamente. Sin embargo, en su lugar, esa noche se formaba un corrillo en torno al espontáneo concertista callejero. En el interior, ajeno a los acordes que rasgueaba en su guitarra el joven músico, un hombre examinaba un libro editado en francés de un prolífico escritor y célebre tarólogo, al tiempo que miraba en derredor en busca de Myriam, la guapa inglesa que por entonces trabajaba como vendedora en la librería; al momento, tras cruzarse las miradas, la joven, solícita, acudió en ayuda del posible comprador. Aquel hombre era un turista español al que Myriam reconoció de haberle visto en la tienda en alguna visita anterior. Hablaron unos instantes acerca del autor de la obra que él tenía entre sus manos, pues estaba muy interesado en un libro que ese afamado escritor había publicado sobre la práctica del Tarot. Myriam conocía perfectamente al escritor en cuestión y con mucho gusto le asesoró amablemente en lo relacionado a él, lamentando no tener ninguna otra obra suya en aquel momento, por lo que en compensación de ello le facilitó una valiosa información que quizá sería aún mejor que el propio libro. El escritor, versado en la interpretación del Tarot, convocaba una tertulia en París todos lo miércoles por la tarde en una cervecería de la Avenue Daumesnil, muy próxima a la Gare du Lyon, para celebrar allí una especie de cabaret con la participación del selecto público asistente. La lectura de las cartas del Tarot había sido desde hacía siglos una de las prácticas más empleada por lo eficaz que resultaba a la hora de predecir el futuro, pero sus arcanos, repletos de símbolos ocultos para el profano, precisaban ser interpretados de manera apropiada por un experto nigromante que, valiéndose de su vasto conocimiento, obtuviera de los naipes todo su valor esclarecedoramente profético; y ese reputado tarólogo era quien desempeñaba esa esotérica labor en aquel rincón de París, quizá sucediendo así, en cierta manera, a uno de los creadores de ese tipo de baraja, el enigmático escritor, poeta y estudiante de magia Aleister Crowley quien, iniciado en la sociedad rosacruz de la Orden Hermética de la Aurora Dorada, diera un nuevo impulso al uso popular del Tarot a principios del siglo XX. Pero al curioso visitante no le estimulaban los aspectos esotéricos del Tarot ni todo ese extraño mundo que lo circundaba, tampoco los videntes y su charlatanería; lo que en realidad le motivaba a profundizar más en la cartomancia era saber por sí mismo hasta qué punto era posible, con ese antiguo método denostado por muchos, predecir el futuro en tanto en cuanto ese porvenir fuera una incógnita que ni siquiera la ciencia y los médicos que le trataban se atrevían a despejar. No obstante, también sabía que sería un riesgo indudable el que correría si se asomaba a esa ventana desde la que poder ver el futuro, sobre todo por lo que pudiera averiguar de inevitablemente malo o grave para su persona, máxime si se trataba de su propia muerte. Pero por el momento, su futuro más inmediato, a priori no parecía depararle ninguna sorpresa o acontecimiento extraordinario, al menos que él pudiera presuponer, salvo el cambio de rutina que implicaba tomar su avión el domingo por la tarde para volar con destino a Madrid y allí recibir el tratamiento médico que con antelación se le había prescrito, pues los días habían pasado muy deprisa y de nuevo debía volver a España para continuar con sus revisiones médicas. Esto, naturalmente, le producía intranquilidad y estaba claro que ese desasosiego le quitaría el sueño esta noche, puesto que desde hacía algunas horas no lograba pensar en otra cosa. El mecanismo de su mente que hasta hoy había posibilitado que se mantuviera distraído de esa inquietud en la medida de lo posible ocupado en su trabajo como pintor de acuarelas, le había puesto de nuevo en estado de alerta provocando en él la lógica preocupación al ver cómo otra vez llegaba la hora de hacer frente a la luctuosa enfermedad. En esos ingratos pensamientos andaba envuelto, generados sobre todo por esa incertidumbre en la que se veía sumido debido a su precario estado de salud cuando, después de abandonar la librería y de realizar unas compras en el Boulevard Saint-Michel, de regreso ya al hotel, había enfilado, tomándola como atajo, la Rue du Chat qui pêche, una de las calles peatonales más cortas y angostas de París, si no la que más, pues mide escasamente veinte metros de largo y aproximadamente uno cincuenta de ancho. Tanto es así que, al cruzarse con un hombre que transitaba por ella en dirección contraria, tropezaron. Aquel hombre desaliñado contra el que golpeó su hombro en el tropiezo era el clochard que de nuevo vagaba distraídamente por el barrio. En el choque de cuerpos éste había dejado caer algo al suelo. Para su sorpresa lo que reposaba en el pavimento resultó ser un simbólico naipe: ¡el arcano XIII del tarot de Marsella! Sin salir del todo de su asombro decidió pensar, como lo había hecho siempre, que no arredrarse y tener en la vida una firme determinación era la mejor fórmula para escribir nuestro propio destino, salvo el del infausto momento de nuestra muerte, pues es muy posible que ése ya esté escrito en alguna parte, luego para qué preocuparse antes de tiempo por algo que a la sazón indefectiblemente es inevitable que llegue un día u otro.