Hace algunas semanas se cumplía
el 50 aniversario de la muerte del escritor norteamericano William Faulkner
(1897-1962). Faulkner fue decisivo para la generación de creadores
latinoamericanos que constituirían el realismo mágico, entre los que se encuentran
Gabriel García Márquez y Juan Rulfo.
Nacido en el seno de una
aristocrática familia venida a menos, Faulkner está considerado el gran
cronista de las vicisitudes y acontecimientos sociales de los estados del Sur
después de la guerra de Secesión, siendo desde su Nobel considerado uno de los
maestros indiscutibles de la narrativa estadounidense. Se alistó en las fuerzas
aéreas canadienses; estudió un año en la universidad de Mississippi y desempeñó
trabajos diversos. Más tarde se trasladaría a Nueva Orleans, donde conocería a
T. S. Eliot y James Joyce, entrando también en contacto con el escritor
Sherwood Anderson, cuyo realismo psicológico y sociológico le influyó
notablemente.
Con Anderson en las tardes acostumbraba a pasear por la ciudad y charlar amigablemente con las gentes que
encontraban a su paso. Durante las noches ambos volvían a reunirse y bebían
juntos mientras Anderson hablaba y Faulkner escuchaba atentamente. Nunca se
veían antes del mediodía, Anderson permanecía encerrado en su alojamiento,
escribiendo. Faulkner había decidido que si esa era la vida de un escritor, él
haría otro tanto, y así comenzaría a escribir su primer libro. Había
descubierto que la ocupación de escritor era muy sugestiva, hasta el punto de
olvidarse de ver a Anderson durante varias semanas. Al cabo de los días,
Anderson iría a visitarle pensando que estaría enfadado con él por algún
motivo. Llamó a la puerta de la casa de Faulkner y éste le contestó que lo que
ocurría es que estaba ocupado escribiendo un libro. Anderson exclamó: “¡Dios
mío!”, y se fue de allí rápidamente. Cuando Faulkner terminó su primer
manuscrito, ‘La paga de los soldados’, se encontró en la calle con la señora
Anderson, quien le preguntó por su libro. A lo que Faulkner respondió que ya lo
había terminado. Entonces la señora Anderson le dijo que su marido estaba
dispuesto a hacer un trato con él: si no le pedía que leyera el original,
Anderson le recomendaría a su editor para que editara el libro. Naturalmente,
Faulkner contestó: “trato hecho”. Y así fue como se haría escritor.
Después de ‘El fauno de mármol’
(1925) abandonó la poesía y escribió un gran número de excelentes relatos, en
los que profundizó sobre su propia situación y retrató la vida dramática y
violenta de los estados sureños. En la obra de Faulkner se encuentran muchos de
los elementos de la tradición estadounidense, como el simbolismo y el
naturalismo típicos de Herman Melville y Nathaniel Hawthorne, y el humor y esa
atmósfera gótica de E. A. Poe. Empleó innovaciones narrativas como el múltiple
punto de vista, el monólogo interior y la fusión de tiempo pasado y presente.
Su estilo es críptico, caracterizado por frases de gran extensión, en las que
los detalles importantes están entremezclados con una gran cantidad de
información, lo que exige un gran esfuerzo por parte del lector. El tono de sus
novelas es sombrío, pero su prosa está cargada de un extraordinario y poético
lirismo. Sus temas principales son el conflicto entre el bien y el mal y el
fracaso de intentar retener el esplendor de tiempos pasados. Casi todos sus
personajes tienen dificultades para aceptarse a sí mismos y construir su propio futuro. Situando la
mayor parte de sus novelas en un lugar imaginario llamado
Yoknapatawpha. Entre sus obras destacan Sartoris (1929), El ruido y la furia (1929), Mientras agonizo (1930), Santuario (1930), y otras muchas. Faulkner
fue galardonado con dos Premios Pulitzer y el Premio Nobel de Literatura en
1950.
Fotografía de William Faulkner en 1962 © Carl
Mydans/Time Life Pictures/Getty Images