El pintor belga Max Moreau,
afincado en Granada e Hijo Adoptivo de la ciudad, donó a su muerte su Carmen y
todos sus bienes a la capital granadina.
El Ayuntamiento de Granada, en
su recuerdo y como homenaje a Max Leon Moreau (1902-1992), restauró su Carmen
en el Albaicín con unas espléndidas vistas a la Alhambra para destinarlo a
museo el día 29 de octubre de 1998.
Moreau nació en Soignies, una
pequeña ciudad belga situada en la Región Valona que abandona cuando contaba
tres años de edad para ir con sus padres a vivir a Bruselas. Desde niño la
admiración por su padre, pintor, al que observaba durante su trabajo, hizo de
su aprendizaje artístico un gesto inconsciente y espontáneo. Con doce años ya dibujaba
con una gran precisión del natural ante la sorprendida mirada del padre que
veía cómo, pocos años después, su hijo pintaba al óleo sin haber tenido una
formación académica rigurosa ni haber ido a la escuela de Bellas Artes. Su
padre se convirtió en guía y maestro de Max desde sus primeras experiencias con
el arte.
Termina la I Guerra Mundial y
la familia Moreau se traslada a París. Max continúa el trabajo en los teatros
parisinos, especialmente en aquellos que recreaban obras de la Comedia
Francesa. Fue entonces cuando conoce a Denie d' Ines, actor francés que sería
su amigo de por vida, realizando más de setenta retratos que ilustran los
principales papeles de su repertorio escénico.
El regreso a Bruselas se
produce después de su servicio militar en donde la pintura fue gran consuelo y
ayuda. A los 26 años contrae matrimonio, “la más dichosa boda que se puede
soñar” confirmará el propio Max.
Una nueva etapa de su vida
viene marcada por el atractivo que siente hacia Oriente. Lo pintoresco de los
paisajes contemplados en fotografías y cuadros de colegas, las posibilidades
pictóricas imaginadas y el deslumbramiento de lo exótico decide a Moreau a
viajar a Túnez en 1929. La ciudad magrebí fue un verdadero descubrimiento para
el artista que, fascinado por el país, viaja hasta en cinco ocasiones durante
los siguientes diez años. Allí se relaciona con un grupo de intelectuales con
quienes colabora en el estreno de una obra de teatro. En aquel tiempo expone en
Bruselas, Anvers, Charleroi, Arlon y Luxemburgo, en donde tiene la ocasión de
dirigir la Gran Orquesta de la Radio interpretando sus propias composiciones.
Y es que el extraordinario talento de Moreau se extendió también a su faceta de compositor. Su música, como su pintura, es polifacética y al igual que ésta, inspirada por lo oriental, donde lo exótico y sensual se mezcla con cierto barbarismo primitivo. Entre su repertorio, sorprende a los melómanos por su estructura original y por la sensibilidad y elevación de su melodía, la serie de poemas líricos que tienen por tema, entre otros, ‘La flauta de jade’ y ‘El jardín de las caricias’ de Franz Toussaint.
Durante la II Guerra Mundial
Moreau se traslada al sur de Francia, donde realizaría innumerables retratos. En
1946, tras una breve estancia en Niza, decide volver a viajar a África y allí
continúa con su trabajo como retratista.
Marraquech resultó ser una
ciudad sensacional para el pintor. Las tiendas del zoco, la luz, los olores y,
sobre todo, el paisanaje contenido en la plaza de Djemaa-el-Fna constituyen un
tesoro para los sentidos de un valor inapreciable para Moreau. Allí retrata a
numerosas personalidades con las que entablaría amistad.
De nuevo vuelve a París para
inmediatamente después viajar a las Bahamas, islas en las que retrata a los
principales miembros de la colonia inglesa. Regresa otra vez a Francia, donde vuelve
a sentir la irreprimible necesidad de viajar: América del Norte, Vichy, Lisboa y Nazaré, en donde realiza una serie de cuadros de pescadores que fueron
muy apreciados en Francia, Bélgica y España.
Después de quince años de
residencia en París y de múltiples viajes por el mundo, el matrimonio Moreau
partiría cambiando Francia por España y París por Granada, ciudad que les
cautivó y que, según sus propias palabras, nunca les defraudó en los muchos años que residieron allí.
En Granada adquirió el ‘Carmen
de los Geranios’, en el barrio granadino del Albaicín, donde vivirían más de
treinta años. Aquí, entre los muros de su nueva vivienda, rodeado de plantas,
flores y fuentes, pinta a sus nuevos amigos granadinos y el mundo
inanimado, quieto y silencioso de los objetos que le rodean, hasta que el 7 de
septiembre de 1992, después de padecer una larga enfermedad, le sobrevino la
muerte.
Sus obras, a lo largo de su
dilatada carrera como pintor, han sido expuestas en Bruselas, Túnez, Francia, Estados
Unidos, Inglaterra, Bahamas, Marruecos, Argelia y España.
Fotografía Carmen
de Max Moreau © Fernando Torres