lunes, 31 de octubre de 2011

Tomás Alcoverro, un testigo de la historia


“No conozco un lugar en el mundo en el que un periodista tenga el privilegio de poseer una de las condiciones de su trabajo: la inmediación. En Beirut el periodista describe lo que ve, lo que le sorprende desde el propio balcón de su casa o de su oficina”.

El periodista del diario catalán La Vanguardia y licenciado en Derecho, Tomás Alcoverro, comenzó su aventura como corresponsal en Oriente Medio en 1970, en Jordania, durante los por entonces enfrentamientos bélicos entre la Legión Árabe del Rey Hussein y las organizaciones de la resistencia palestina liderada por Yasser Arafat, quien fuera presidente de la OLP y fundador del movimiento revolucionario Fatah, fallecido en 2004 en un hospital militar francés tras su traslado a París por estas mismas fechas.

Discípulo y admirador confeso del maestro Kapuscinski como tantos otros profesionales del periodismo, la visión de este cronista de raza, precedida de la inherente curiosidad que ha de tener y mantener todo buen periodista, trasciende la mera observación de los acontecimientos y el correspondiente relato para formarse su opinión, que desarrolla con el riguroso análisis de los sucesos, documentándose sobre los mismos, y que nos traslada, como ha venido haciendo desde entonces este ya mítico articulista, en las valiosas e innumerables crónicas aderezadas siempre con ese toque literario y erudición al más puro estilo del gran reportero polaco.

Estando en su casa de Beirut, en un edificio en el que han vivido desde miembros de la diplomacia franceses a otros colegas corresponsales como Javier Valenzuela o Ignacio Cembrero entre otros, y en la que a menudo ha recibido la visita de su buena amiga y vecina Maruja Torres, pues la escritora decide residir en Beirut después de cubrir desde allí la guerra entre Hezbolá e Israel, desde su balcón, como informador de excelencia de los aconteceres de la con-vulsa “marea árabe” a través de los años, Alcoverro vería cómo en 1982 salían en convoy los camiones de los últimos fedayines de Arafat en dirección al puerto para embarcarse hacia su nuevo exilio. En una de esas brillantes crónicas, pobladas de guerrilleros y milicianos pero también de arqueólogos, bailarinas, futbolistas, poetas, o mujeres valientes como la también periodista y traductora Joumana Haddad, que el autor ha compilado ahora en el libro ‘La historia desde mi balcón’, nos describe así su pasión por la capital del Líbano, dejando asimismo patente su enorme vocación periodística: “Beirut porque estalla en el aire como un castillo de fuegos artificiales y queda agarrada firme en la orilla del mar, porque es la frontera entre todos los sentimientos y esto tan superficial que son las ideas, porque es el infierno, la imaginación, la esperanza, Beirut porque cada día parece morirse irremisiblemente y surge después en otra aurora roja, porque todos lo desahucian y nadie lo arranca de su corazón la he elegido mi ciudad”.

El libro en realidad se inicia con las recientes revueltas de la plaza Tahrir, que acabaron con el gobierno de Hosni Mubarak en Egipto, si bien dedica un mayor número de páginas sustanciosas al capitulo de Beirut. Aunque también escribe informando sobre las manifestaciones contra el régimen inmovilista de Bahréin; el declive de la revolución iraní, vivido por él mismo en las calles de Teherán, así como las crónicas sobre el desnortado Irak; la ensimismada Siria, Chipre, Argelia, e incluso África negra.


Bibliografía

‘La historia desde mi balcón’ (2011)
‘Atrapados en la discordia’ (2009)
‘Espejismos de Oriente’ (2007)
‘El Decano. De Beirut a Bagdad: Treinta años de crónicas’ (2006)


Enlaces de interés

Seminario sobre Ryszard Kapuscinski (2010) al que asistió Tomás Alcoverro entre otros muchos colegas de profesión, escritores y estudiantes de periodismo:

Ryszard Kapuscinski, el último maestro

Reivindicación de Kapuscinski: gran escritor, polémico periodista



Fotografía de Tomás Alcoverro fuente La Vanguardia

sábado, 22 de octubre de 2011

Noam Chomsky y la Era Obama


Noam Chomsky, profesor del Massachussets Institute of Technology (MIT) de Boston desde el año 1955, es según el New York Times el más importante de nuestros pensadores contemporáneos.

Chomsky es uno de los intelectuales más críticos con el establishment de los EE UU, y un gran referente para todos los progresistas del mundo. Sus opiniones sobre la actual situación de crisis económica que ha venido atravesando EE UU y, por extensión, el mundo, o la promesa de cambio que representaba Barack Obama, sea éste una invención mediática o no, son muy respetadas en muchos círculos políticos como es el Foro Social Mundial y otros sectores de la sociedad y la prensa internacional. Ha estado muy involucrado en el movimiento antiglobalización y le preocupa enormemente la situación en la que se encuentra la sanidad en su país, pues no hay un sistema que garantice los servicios médicos a los ciudadanos americanos.

Hace algunos años, Chomsky aparecía en la portada de The American Prospect, una publicación dirigida a los inte-lectuales liberales de izquierdas, enfrentado a un también airado vicepresidente Dick Cheney. Con aquella portada se quería representar de una forma muy gráfica la amenaza de una quiebra en la ortodoxia liberal, pues los intelectuales de izquierdas son los garantes y custodios de los límites del sistema. Y eso incluye a los medios de comunicación, sobre los cuales hay un gran control ideológico, dándose una situación paradójica en la que, por un lado, hay mucha libertad de expresión y, por otro, al mismo tiempo, un gran control de las ideas.

La sociedad americana actual está dirigida por estrictos principios doctrinales que no permiten ninguna desviación que suponga una amenaza para el sistema que, en temas importantes, se posiciona, a través de la clase política, más a la derecha que el resto de la población, la cual, por ejemplo, en materia de sanidad, está a la izquierda de dicho establishment. Así es, por lo general, lo que ha ocurrido siempre en un país muy libre pero, al mismo tiempo, de muy controlada ideología.

A pesar de la impresión que se tiene fuera de los EE UU de que éstos poseen un sistema político muy estable, la verdad es que los medios de comunicación no se permiten oposiciones críticamente contrarias. De hecho, dicha estabilidad requiere en muchas ocasiones del secretismo u ocultación. Un ejemplo de ello son los papeles del Pentágono durante la guerra de Vietnam, documentos que no eran de dominio público y que, sin embargo, revelaban unos interesantes datos comprendidos en el periodo que finalizaba a mediados de 1968, y que convencieron a la clase política de que la guerra estaba resultando demasiado costosa. Cuando la gran mayoría de la población ya estaba absolutamente en contra del conflicto bélico –algo muy similar a lo ocurrido con el pueblo americano y la pasada guerra de Irak– y, por tanto, que se produjera una sublevación de peligrosas consecuencias para el establishment.

El panorama, al que esta vez se sumó la crisis económica, era muy parecido al de entonces, y fue el que propició la elección de Obama; aunque, según Noam Chomsky, “las elecciones se rigen por un sistema de marketing”. Pues en 2004, la mayoría de los votantes de Bush tenían una idea equivocada de lo que, se suponía, eran sus ideales, y de igual manera que se venden bienes de consumo se venden candidatos a la Casa Blanca. Y cuando ese marketing no es suficiente, se recurre al voto electrónico, como ocurrió en las elecciones del año 2000.

En el conjunto de técnicas que se emplean para conocer y satisfacer las necesidades del votante, es decir, lo compren-dido en el programa y campaña electoral para vender al por entonces candidato a presidente Barack Obama, se desplegaron eslóganes como ‘Cambio’, ‘Esperanza’, ‘Unidad’ y el célebre y optimista ‘Yes we can’. Palabras que habían devuelto la ilusión a los más desfavorecidos, movilizando a un gran número de votantes acuciados por la desesperanza.

En aquellas elecciones del 4 de noviembre de 2008, el otro favorito era el republicano McCain, un héroe de Vietnam que fue colocado al otro lado de la balanza, para sondear así las necesidades políticas de la población. Un hombre cuyo heroísmo, experiencia y capacidad como estratega se sostenían en bombardear con su avión poblaciones vietnamitas; que fuera abatido, capturado y torturado. Pero nada de eso hacía de él un experto en política exterior y relaciones internacionales. Era otra creación de los especialistas que elaboran todo ese referido marketing, al que, según Chomsky, destinan una sexta parte del PIB.

El perfil y los ideales políticos de McCain conectaban con el otro segmento de la población, el republicano, que se inclinaba más por un nacionalismo radical. Y para Chomsky, McCain podía haber resultado peor aún que Bush.

Además de la crisis financiera, a Obama se le presentaban otras papeletas de carácter internacional, como eran, o aún siguen siendo, la supuesta amenaza que constituye Irán y su derecho o no a enriquecer uranio para crear energía nuclear; la retirada de las tropas de Irak –que tras la firma del acuerdo en 2008 se llevará a cabo por fin antes de que finalice el año, si bien probablemente permanecerá en el país un pequeño contingente de unos cinco mil soldados–, Afganistán, el Tercer Mundo, los Derechos Humanos… etc.

Noam Chomsky, que ha manifestado que no votó a Obama porque durante las primarias no tenía ninguna esperanza en él, escribió sobre éste opinando muy negativamente. Ahora, cuando se van a cumplir tres años de su mandato, y sucedido acontecimientos tan históricamente significativos como la revolucionaría ‘Primavera Árabe’ o la reciente captura y muerte del dictador Gadafi, aparece el libro ‘La Era Obama y otros escritos sobre el imperio de la fuerza’. Una nueva obra del Chomsky en estado puro, que con pasión mantiene su fe en la justicia y el estado de derecho, y en el que reúne una serie de entrevistas, conferencias y reflexiones que ponen en tela de juicio la política imperialista mantenida por los EE UU desde el trágico 11-S hasta la ejecución de Bin Laden, pasando por las guerras de Afganistán e Irak.



Fotografía de Noam Chomsky fuente ‘Eje crítico’

martes, 11 de octubre de 2011

Edith Piaf, ‘Himno al amor’


Una vez estuve en casa de Edith Piaf. En realidad un minúsculo apartamento en el parisino barrio de Ménilmontant. Me presenté allí sin avisar, y llamé a la puerta de ese inmueble del 5, Rue Crespin du Gast con la sana intención de visitar lo que hoy es su museo. Me abrió la puerta un hombre que al principio me recriminó el no haber llamado por teléfono para pedir cita, a lo que yo le expuse mi ignorancia, pues en la oficina de turismo no me habían advertido de nada, dándome sólo la dirección en la que se encontraba la casa de esta buena mujer. Finalmente me dejó pasar, y una vez dentro me permitió curiosear solo por el domicilio, retirándose tras poner un disco de la Piaf en el tocadiscos de época, para una mejor ambientación de la pequeña residencia y acogida al visitante.

Allí estaban el oso raído de peluche ya deslucido y algo sucio que recibió Piaf en vida como regalo, y que aparece en la película biográfica estrenada hace unos años; o los viejos guantes de boxeo de su novio, el marroquí Marcel Cerdan, apodado el “Bombardero de Marruecos”.

Di un repaso rápido con la vista a todos los demás recuerdos de la cantante que allí reposaban, pero me quedó persistente en la memoria el que me había despertado la visión del adminículo pugilístico del malogrado Cerdan, que fallece en un trágico accidente aéreo cuando se trasladaba de París a Nueva York para reunirse con su amada Edith, un 27 de octubre de 1949. Dos meses después tenía que pelear en la revancha contra Jake LaMotta. Pero desgraciadamente su avión se fue a estrellar en una montaña de las Azores.

Después de una vida de denodada lucha y lejos de ser color de rosa, Edith Piaf moriría también ese mismo mes del año 1963; un 10 de octubre, aunque se dio como fecha oficial la de su traslado a París, un día como hoy de hace 48 años.


Edith Piaf, ‘L’Hymne à l’amour’

Fotografía de archivo Edith Piaf © Sipa Press