Leyendo hoy la noticia en la prensa sobre el balance de muertos en el primer día de la operación contra los talibanes vinculados con Al-Qaeda en Pakistán, no he podido evitar acordarme de Kipling –al ver que la ofensiva había sido en Waziristan– y de la novela ‘El hombre que pudo reinar’ (The man who would be king), llevada magistralmente al cine por John Huston en 1975. La increíble historia que protagonizan Daniel Dravot (Sean Connery) y Peachy Carnehan (Michael Caine) en el lejano e ignoto reino de Kafiristan, y que he visto no sé las veces.
El relato cuenta las peripecias de dos ex suboficiales británicos y miembros de la Logia masónica que sirven en el Raj Británico –la administración colonial inglesa de la India que incluía también Pakistán–, y que, cuando oyen hablar de Kafiristan, un legendario reino más allá de las altas montañas del Hindu Kush, deciden ir allí para conquistarlo. Daniel y Peachy simbolizan aquel espíritu aventurero y conquistador de los ingleses del siglo XIX, hasta el punto de querer autoproclamarse reyes con la ayuda del fiel fusilero Gurkha Billy Fish. Dravot lo consigue gracias a que los supersticiosos nativos de la ciudad santa de Sikandergul lo confunden con el gran Sikander (Alejandro Magno), que pasó siglos antes por aquellas tierras, y cuenta la leyenda que prometió regresar.
El orgulloso y petulante Dravot lo consigue y hasta es coronado en solemne ceremonia idolatrado ya como un dios por los kafiris. Pero la ambición le pierde, y a pesar de los consejos de Carnehan, finalmente se descubre el engaño y sólo queda éste último para contarlo.
Y es que Kafiristan, o “país de los paganos”, estaba en lo que actualmente son las fronteras septentrionales de Pakistán y Afganistán, es decir, más concretamente en los valles habitados por la etnia Kalasha, en lo que hoy se conoce como provincia de Nūristān, que primitivamente eran politeístas y rendían culto o profesaban creencias propias del chamanismo, y un poco más al norte de donde se encuentra el citado territorio de Waziristan protagonista de la ofensiva.
Su nombre viene de la palabra árabe Kafir, literalmente “el que niega las bendiciones de Dios”. Para el Islam viene a ser lo mismo que infiel para los cristianos: “aquel que posee dudas o rechaza principios centrales de la religión o no posee creencias religiosas”. Y los talibanes llevan esto muy a rajatabla; sobre todo después de que Afganistán haya sido tan históricamente pisoteado por rusos y americanos.
Ahora la cruzada la llevan a cabo las fuerzas de ocupación cristiana, los nuevos Dravot y Carnehan que pretenden proclamarse los amos en nombre de Occidente. Lo que Inglaterra representaba en aquel entonces para Daniel y Peachey, sólo que ahora, además del Imperio, priman los gaseoductos, el petróleo… y acabar con Bin Laden.
Volviendo a la magnífica película de Huston, hay que decir que fue rodada en Marruecos, con miles de extras voluntarios del país alauita, para hacernos creer con la magia del cine que estábamos contemplando a los auténticos kafiris. Mientras que las gélidas escenas de montaña con nieve y ventiscas fueron filmadas en el valle de Chamonix, en los alpes franceses.
Dos lugares que han pisado mis botas en repetidas ocasiones, y en los que no he querido ser rey de nada, pero donde me he sentido como si lo fuera.
El relato cuenta las peripecias de dos ex suboficiales británicos y miembros de la Logia masónica que sirven en el Raj Británico –la administración colonial inglesa de la India que incluía también Pakistán–, y que, cuando oyen hablar de Kafiristan, un legendario reino más allá de las altas montañas del Hindu Kush, deciden ir allí para conquistarlo. Daniel y Peachy simbolizan aquel espíritu aventurero y conquistador de los ingleses del siglo XIX, hasta el punto de querer autoproclamarse reyes con la ayuda del fiel fusilero Gurkha Billy Fish. Dravot lo consigue gracias a que los supersticiosos nativos de la ciudad santa de Sikandergul lo confunden con el gran Sikander (Alejandro Magno), que pasó siglos antes por aquellas tierras, y cuenta la leyenda que prometió regresar.
El orgulloso y petulante Dravot lo consigue y hasta es coronado en solemne ceremonia idolatrado ya como un dios por los kafiris. Pero la ambición le pierde, y a pesar de los consejos de Carnehan, finalmente se descubre el engaño y sólo queda éste último para contarlo.
Y es que Kafiristan, o “país de los paganos”, estaba en lo que actualmente son las fronteras septentrionales de Pakistán y Afganistán, es decir, más concretamente en los valles habitados por la etnia Kalasha, en lo que hoy se conoce como provincia de Nūristān, que primitivamente eran politeístas y rendían culto o profesaban creencias propias del chamanismo, y un poco más al norte de donde se encuentra el citado territorio de Waziristan protagonista de la ofensiva.
Su nombre viene de la palabra árabe Kafir, literalmente “el que niega las bendiciones de Dios”. Para el Islam viene a ser lo mismo que infiel para los cristianos: “aquel que posee dudas o rechaza principios centrales de la religión o no posee creencias religiosas”. Y los talibanes llevan esto muy a rajatabla; sobre todo después de que Afganistán haya sido tan históricamente pisoteado por rusos y americanos.
Ahora la cruzada la llevan a cabo las fuerzas de ocupación cristiana, los nuevos Dravot y Carnehan que pretenden proclamarse los amos en nombre de Occidente. Lo que Inglaterra representaba en aquel entonces para Daniel y Peachey, sólo que ahora, además del Imperio, priman los gaseoductos, el petróleo… y acabar con Bin Laden.
Volviendo a la magnífica película de Huston, hay que decir que fue rodada en Marruecos, con miles de extras voluntarios del país alauita, para hacernos creer con la magia del cine que estábamos contemplando a los auténticos kafiris. Mientras que las gélidas escenas de montaña con nieve y ventiscas fueron filmadas en el valle de Chamonix, en los alpes franceses.
Dos lugares que han pisado mis botas en repetidas ocasiones, y en los que no he querido ser rey de nada, pero donde me he sentido como si lo fuera.
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En la fotografía, el refugio Neltner (3.207 m) o Toubkal.