“Seamos
realistas, ¡pidamos lo imposible!” Este lema, escrito por el filósofo y teórico
alemán de origen judío Herbert Marcuse, explica de alguna manera el arrebatado
espíritu de Francia en mayo de 1968.
La
playa estaba bajo los adoquines. En las calles de París, los adoquines volaban
arrancados del pavimento por estudiantes, obreros, intelectuales y artistas que
querían cambiar las viejas reglas del juego. Pidieron lo imposible y cincuenta
años después el mundo sigue recordando aquella primavera que supuso un
revulsivo en la vida cultural francesa hasta desembocar en la mayor huelga en
el siglo XX, en la que París como epicentro se convulsionó más allá de las
fronteras galas.
Ese
tumultuoso mes de mayo empezó con una protesta estudiantil contra un sistema
universitario obsoleto y rápidamente se transformó en un levantamiento popular
contra el capitalismo, el comunismo, la política paternalista, la censura de
los medios, la desigualdad de género y más. Este idealismo juvenil se sintió en
los campus de todo el mundo aquel año, desde Praga hasta México, pero en ningún
otro lugar la revuelta se extendió tan aprisa al resto de la sociedad.
Fueron
los estudiantes, liderados por Daniel Cohn-Bendit entre otros, los que habían
comenzado, pero pronto a la causa se unió la de los cansados trabajadores de
las fábricas, cuyas necesidades eran más evidentes: la subida de los salarios y
una mejora de la jornada laboral. El 13 de mayo, una gran manifestación de
trabajadores y estudiantes que exigía la caída del gobierno de Charles de
Gaulle sacudió la margen izquierda del Sena. El 24 de mayo, ocho millones de
trabajadores iniciaron una huelga indefinida, la más grande de la historia de
Francia.
No
obstante, a fin de mes las cosas empezaron a desmoronarse. El pueblo, que al
principio estaba del lado de los manifestantes, se cansó de los enfrentamientos
callejeros y de que los servicios públicos no funcionaran con normalidad. Entre
tanto, el sindicato de estudiantes y trabajadores se exasperaba después de que
el gobierno llegase a un acuerdo con este último. Ese mes, o siete semanas para
ser precisos, no terminó en la revolución y De Gaulle, que dijo que era “la
revolución de los hijos de papá”, resultó reelegido, aunque por una estrecha
mayoría, y prosiguió su mandato.
Medio
siglo después, Mayo del 68 es para algunos más un símbolo que el comienzo de un
gran cambio. Fue una explosión de efervescencia contestataria que para unos
apenas cambió nada y sin embargo para otros lo cambió todo. Y es que el Mayo
francés fue el germen del resto de movimientos de protesta surgidos en otros
países, como fueron la Primavera de Praga, la revolución cultural China, el
clamor popular contra la guerra de Vietnam, la masacre de Tlatelolco (México), y
revueltas sociales en todo el mundo.
De lo
que aconteció aquellos turbulentos días siempre nos quedará el testimonio
gráfico de los profesionales que hicieran posible que nunca los olvidemos, como
fueron los fotógrafos Cartier-Bresson, Marc Riboud o Bruno Barbey con sus
respectivas Leicas. Apenas si había cámaras de cine en aquellos tiempos, pero el
fotógrafo y cineasta William Klein rodó un documental sobre los acontecimientos del 68. Además, estaba el
trabajo de algunas televisiones extranjeras, pues la ORTF estaba en huelga y no
había televisión francesa. Por lo que en esa época la fotografía tenía la importancia
que no tiene actualmente debido a la televisión.
Enlaces de interés
Presentación
de ‘El banquete de las barricadas’ de Pauline Dreyfus.
Ciclo Mayo del 68. Encuentro con Nicolas Truong y Gabriel Albiac.
Fotografía
Tumultos en el Boulevard Saint-Germain © Bruno Barbey